miércoles, 23 de septiembre de 2009

16. Buscando a Polifemo

Un profesor de literatura debe explicar a sus alumnos de Bachillerato el Polifemo de Góngora. El profesor repasa en su casa el poema en cuestión y paseando por las octavas reales del genial cordobés se detiene en un pasaje oscuro, controvertido, de difícil interpretación. Acuciado por las dudas, decide acudir a los especialistas en la materia; pero entre los libros que colman sus estanterías no dispone de ningún estudio ni de ninguna buena edición del Polifemo. Es un poco tarde para ir a la biblioteca pública de su ciudad porque cierran a las ocho; las librerías también cierran a esa hora. Dispone tan sólo de veinte minutos para coger el coche y plantarse en la capital. Y ahí tenemos a nuestro profesor, como otro Ulises que dirigiera su cóncava nave hacia las costas de los Campos Flegreos en busca de la isla ciclópea. La ciudad le recibe engalanada porque celebra su fiesta mayor y, aunque el paseo es tentador, Ulises tiene un objetivo y sabe bien que debe evitar el canto de las sirenas. Por fin llega a una de las principales librerías de la ciudad. "Busco el Polifemo, de Góngora", dice el profesor entre jadeos. "¿El qué?", responde el librero. "El Po-li-fe-mo", silabea el profesor. Está pensando en silabear también el nombre de Góngora pero aparta de su mente esa idea más por respeto a Góngora que al librero. El vendedor de hojas encuadernadas con tapas bonitas, que eso es en lo que ahora se ha convertido el librero para nuestro Ulises, busca en su ordenador y dice no tener nada. El profesor está seguro de haber visto en el catálogo de la página web de la librería la disponibilidad de un ejemplar de Jose María Micó. El vendedor de hojas encuadernadas con tapas bonitas le da la razón pero dice que está descatalogado por ser muy antiguo. La edición de Península es del 2001. Al profesor ya no se le ocurre preguntar por la edición de Dámaso Alonso, ese crítico de la Generación del 27, trasnochado, que sólo dedicó unos cuarenta años de su vida al estudio del autor de las Soledades. Es curioso. Desde que sus padres le regalaron un bono para gastarlo en libros en esta librería aún no ha logrado comprar nada. Se dirige nuestro héroe ahora a la biblioteca pública. Allí existe una edición de Dámaso Alonso pero está en el depósito, una especie de cuartucho con material excedente. Acuérdese el lector que Dámaso Alonso apenas es importante y, por ende, no necesita estar colocado en las estanterías de acceso público. "Lo siento, señor, pero vamos a cerrar y para pedir los libros del depósito se debe rellenar este formulario con veinte minutos de antelación antes del cierre de la biblioteca". El profesor conoce las normas y el dichoso formulario porque es asiduo y porque es experto en rescatar libros del depósito. Pide, no obstante, que se haga una excepción esta vez, ya que al día siguiente la biblioteca estará cerrada porque es el día de la patrona. "Es imposible", replica la bibliotecaria. "Pero yo he estado aquí otras veces y no tarda usted ni cinco minutos en buscarme el libro. ¿Qué le cuesta?" "No puede ser", responde la señora encargada de ordenar libros en las estanterías, que en eso es en lo que se ha convertido ahora la bibliotecaria para nuestro profesor. Abandona la biblioteca ya sin esperanza y con la ira reflejada en su rostro. Busca la otra librería de la ciudad y, cuando llega, el empleado se afana en cerrar la persiana, ansioso porque se pierde ya el desfile de cabezudos. La Facultad de Letras no es una opción. El profesor es ya un antiguo estudiante, pagó religiosamente sus matrículas durante siete años. Ya no tiene derecho ni a carné de antiguo estudiante. Si le pide el favor a algún amigo que aún estudia, seguro que se encuentra con la frustración de no poder sacar el libro porque es sólo de consulta. Nadie se ha preocupado de adquirir una copia más.

Este es el panorama. En Tarragona los libreros ya no entienden de libros. No todo el mundo tiene la obligación de conocer el Polifemo y hasta ni siquiera de conocer a Góngora, aunque esto último es deseable. Pero quizá un librero sí debiera conocerlo. ¿Dónde está al viejo librero que recomienda y asesora? ¿Dónde el librero que lee libros? ¿Dónde, sobre todo, el librero que los ama? ¿Hay algo más paradójico y absurdo que una bibliotecaria que no accede a prestar un libro? Es negar la esencia misma de su oficio. ¡Qué más da el maldito formulario! Una persona te está pidiendo un libro. ¿Hará lo mismo cuando, en lugar del profesor, sea el joven adolescente quien lo pida? ¿Ese es el modelo, la actitud, la facilidad para dar acceso a las personas a la cultura? ¿Se concibe que un comercio pueda cerrar a las ocho? ¿O que una universidad desprecie a sus antiguos alumnos como lo hace la de Tarragona? ¿Es posible que una de las figuras señeras de la Generación del 27 esté congelada en el depósito de cadáveres bibliográficos? ¿Es de recibo que un libro del 2001 se considere antiguo y descatalogado? ¿Que una librería casi nunca tenga lo que se le reclama?

Mientras la situación sea la que es, Tarragona nunca dejará de quitarse el lastre de ser la periferia acomplejada de Barcelona. Si Tarragona quiere competir en servicios culturales con los de su vecina rica debe empezar a cuidar primero estos detalles. Entretanto, en la foto, Polifemo espera al profesor, como si esperara a la mismísima Galatea.

domingo, 6 de septiembre de 2009

15. La amigdalitis de Tarzán


En 1999 Alfredo Bryce Echenique dio vida a un Tarzán remozado, algo diferente al de Edgar Rice Burroughs pues es una Tarzán llamada Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes cuya andadura vital se desarrolla en una jungla, pero de asfalto. Como el genuino, Fernanda es una mujer que ha sabido sobrevivir a todo tipo de adversidades -personales y sociales- por lo que es fuerte y astuta mas, en ocasiones, sufre de amigdalitis y se queda "sin grito ni voz". Por tanto, a finales del siglo XX renació una nueva Tarzán que, si bien no es tan conocida como el de 1914, merece ser tenida en cuenta.
Con un título tan sugerente como La amigdalitis de Tarzán, el autor limeño presenta al lector una entrañable historia de amor entre Juan Manuel del Carpio y Fernanda María que sigue viva gracias al intercambio epistolar que ambos mantienen. Se trata de personajes marcados por su movilidad espacial y su consiguiente separación física; de hecho, son muy escasas las ocasiones en las que logran estar juntos desde que se separan por primera vez en París a causa de lo que Bryce Echenique denomina Estimated time of arrival (ETA), causante de que los enamorados se caractericen por "nunca haber sabido estar en el lugar apropiado ni mucho menos en el momento debido". Son las misivas que se han escrito a lo largo de los años las que han dado forma a una historia de amor plagada de saltos en el tiempo. Fernanda y Juan Manuel bien podrían ser los nuevos protagonistas de una tragedia griega a la limeña pues nunca dejan de amarse a pesar de estar marcados por el ETA que dificulta sus encuentros, por un destino caprichoso que los une y los separa constantemente haciendo de ellos juguetes del destino.
Ahora bien, el cariz trágico de la historia está aderezado con el humor del autor. Así, aparece en la novela un humor anecdótico que ayuda a reflejar la realidad de la vida cotidiana, una realidad en la que conviven los momentos más dramáticos con otros distendidos y humorísticos. Gracias a esta combinación, Bryce Echenique deja en el lector un sabor agridulce pues éste se enfrenta a la lectura de una historia hasta cierto punto trágica en la que los toques de humor restan dramatismo al relato.
Por otra parte, la acción se enmarca en un contexto político y social efervescente que condiciona también la unión y/o separación de los protagonistas. De modo que de la mano de este limeño el lector pasea por el París en el que vivieron los escritores del llamado Boom latinoamericano y conoce la situación política vivida en Chile y San Salvador a partir de los años 70. Y es que, como suele ser habitual en las novelas latinoamericanas, Bryce Echenique encuadra el argumento de su obra en un contexto político adverso y difícil que condiciona la vida de los personajes. En este caso es Fernanda quien habrá de exiliarse en varias ocasiones. Representa, por tanto, al prototipo de ciudadano latinoamericano que ha visto cómo su vida quedaba marcada por el fantasma del exilio a causa de fanatismos absurdos y dictadores sin escrúpulos. De este modo, el lector puede conocer la Historia de estos países a través de la intrahistoria personal de Fernanda y Juan Manuel.
Quizás, esta novela no sea la mejor del autor limeño mas me atrevo a afirmar que Bryce Echenique ha logrado hilvanar una historia cautivadora que hace que el lector se identifique con los personajes y los avatares que viven a lo largo de los años. En los tiempos que corren en los que priman la caducidad y el pragmatismo, es agradable leer una historia de amor duradero más allá del espacio y del tiempo. Fernanda y Juan Manuel se erigen en modelos del amor de antaño, de ése que se mantenía vivo mediante cartas que eran cuidadas como pequeños tesoros concebidos como caricias en forma de letra manuscrita. En definitiva, esta novela bien pudiera ser la versión extendida de una conocida canción que decía "hay gente a la que no consigues olvidar, no importa el tiempo que eso dure" para la que Alfredo Bryce Echenique parece haber creado a dos personajes a los que podemos conocer mediante la lectura de su peculiar historia de amor marcada por la distancia y el desencuentro.