martes, 29 de diciembre de 2009

26. Entre las azucenas recordados (2009)

















José Perona (3 de marzo)
"No leáis, que no merece la pena. Así, al menos, algunos encontraremos menos chicles pegados en el suelo de los museos y las bibliotecas".
"Propongo que se retire de las aulas la lectura de Cervantes, tan ajena a los itinerarios educativos, contraria al currículum de los centros, enemiga del conocimiento de los bables y fablas, ayuna del conocimiento del entorno, falta del espíritu de la multiculturalidad. Cargada, en fin, de mil y una frases de sosiego y de humanismo. Y por si fuera poco, es una vuelta más de tuerca del centralismo españolista y de su lengua... ¡Qué afrenta al multiculturalismo ese mamotreto de rancio españolismo escrito desde la Mancha profunda contra la diversidad de las Españas!".
Antonio Pereira (25 de abril)
"Al saberse que iban a derribar el cine municipal los teléfonos empezaron a funcionar y fuimos bastantes los que viajamos a nuestra ciudad para decir adiós al caserón donde habíamos aprendido tantos gestos.Había que adelantarse a la piqueta desalmada. Cada cual quería quedarse con un recuerdo, los viejos carteles de un trasatlántico con las luces encendidas o de apariciones de la Virgen o de los besos a tornillo de una espía rusa.Al final, decidieron que habría una voladura controlada. Sería la última película que nos diesen".
Mario Benedetti (17 de mayo)





Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.
Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente una palabra.
Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.
Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
Jorge Enrique Adoum (3 de julio)





Llamo a la puerta.
-Quién es, pregunto.
-Yo, contesto.
-Adelante, digo.
Yo entro.
Me veo al que fui hace tiempo.
Me espera el que soy ahora.
No se cuál de los dos está más viejo.

José Antonio Muñoz Rojas (29 de septiembre)




Yo no sé desear más que la vida,
porque entre las victorias de la muerte
nunca tendrás la grande de tenerte
como una de las suyas merecida
y porque más que a venda y más que a herida
está mi carne viva con quererte,
e igual mi corazón que un peso inerte,
halla su gravedad en tu medida.
¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho, la vena o la palabra,
y a lo mejor en valle, fuente o roca!
¡Corazón prisionero y emigrado,
que con cada latido el hierro labra,
y que convierte en sueño cuanto toca!

Francisco Ayala (3 de noviembre)
No había nada por ninguna parte. Nada, sino silencio; un silencio húmedo que rezumaba, calaba hasta lo más hondo; un silencio que era la ausencia y el vacío de la atronadora refriega, ya pasada. No había nada, nada sobre la tierra... Bajo ella, muertos infinitos yacían en confusión, ahora casi tierra ya también ellos, y todavía lastimada humanidad, sin embargo; muertos preñados con el plomo de su muerte, muertos retorcidos en el horror de su martirio; muertos consumidos en la perfección absoluta de su hambre; muertos. Sepultados de cualquier modo, entre las raíces de los vegetales —entregados a esas garras ávidas, insaciables, vivificadas por la lluvia que había escurrido tan largamente por entre piedras y huesos. Y más adelante, refiriéndose a los verdugos: Creen vivir quizá, porque están de pie. Pero tienen corrompidas las raíces del ser.Los que perpetraron la traición, cegados por la soberbia y poseídos por la furia del mando, están protegidos contra la pesadumbre de todo cargo de conciencia por la liviandad de sus cerebros que les consiente aceptar sin examen los endebles idearios (sarcasmo, a la dura luz de hoy) con que apresuradamente quisieron vestir y dar hechura a su fechoría. En cuanto a sus partidarios, el séquito lamentable de los cobardes, pobres de espíritu, crueles por miedo, por resentimiento, hasta por ramplonería, éstos, saciado con el terror su terror, se sentirán aliviados...
Píramo y Tisbe se despiden hasta el año que viene. ¡Feliz 2010! Un abrazo a los presentes y un sentido recuerdo a los ausentes.
Píramo y Tisbe.

viernes, 25 de diciembre de 2009

25. Nochebuena, de Nikolái Gógol


El año que ya agoniza es también el año de Nikolái Gógol (1809-1852); la UNESCO decidió dedicarle el 2009 al escritor ucraniano, sumándose así a la celebración de los 150 años de su nacimiento. La verdad es que la efemérides ha pasado sin pena ni gloria. Hasta donde llegan mis noticias, no he percibido ninguna atención mediática ni he oído hablar de congresos o encuentros literarios en relación con Gógol. Es probable que se hayan celebrado pero no tengo conocimiento de ellos. La Biblioteca Pública de Tarragona sí le ha dedicado un rinconcito donde aparece un muestrario de sus libros y una breve nota sobre su vida y obras; así lo descubrí yo. Y es que parece que, salvo los especialistas en literatura rusa o algún lector curioso de más amplias miras, para muchos, dicha literatura empieza y acaba con Tolstói, Dostoyevski o Chéjov.
No pretende este artículo reparar tal olvido, que eso sería dar por supuesto que el lector no conoce a Gógol y alguien habrá que lo conozca. Sólo deseo acercar a la bitácora un librito de este autor, cuyo título comulga bien con las fechas en que nos hallamos: Nochebuena, se llama. Es una novela muy breve, incluida en sus Veladas en un caserío próximo a Dikanka, corpus de novelas cortas sobre las tradiciones folklóricas ucranianas, escritas por Gógol durante su estancia en San Petesburgo, donde este tipo de temáticas era muy del gusto del público. La verdad es que, quien lea este cuento de Navidad, difícilmente podrá creer, como asegura Saskia von Hoegen en el prólogo del libro, que "con gran razón se puede decir que sus logros literarios, junto con los de otros autores de la época como Pushkin y Lérmontov, son la base para el auge que alcanzará la literatura rusa en la segunda mitad del siglo XIX"; sin embargo, hay que pensar que Nochebuena es una obra menor, lejos todavía de Las almas muertas, su obra maestra.

En Nochebuena, traza Gógol un cuadro de costumbres muy vivo enmarcado en la víspera de Navidad en un pueblecito ucraniano. Así, el lector puede degustar la gastronomía típica de esa noche, como el cutiá o el vareniki o el borsch, o unirse a los jóvenes que cantan las coliadky de puerta en puerta, algo así como nuestros aguinaldos. En ese contexto, una historia de amor con la desdeñosa y altiva Oksana que cifra su corazón al precio de quien pueda conseguirle unos zaptaos como los de la zarina; Vakula, el herrero, con la ayuda del demonio, volará hasta San Petesburgo para conseguirlo; entretanto, la madre del herrero, Soloja, da juego a tres pretendientes: el cosaco Chub, el diácono (casado) y el alcalde, lo que configura divertidas coincidencias en la línea de las comedias de enredo. En este cuento, el demonio roba la luna para dejar a oscuras a los enamorados; una bruja colecciona estrellas, que juegan cogidas de las manos en el cielo; magos sentados sobre pucheros surcan el éter; "más allá veíase un ejambre de espíritus que se extendía a modo de nube. Un diablejo que bailaba cerca de la luna, se quitó el gorro al ver pasar al herrero montado a caballo sobre el demonio. Una escoba tornaba a su destino al quedar abandonada por su dueña", y estas imágenes de fantasía, alternan con el realismo costumbrista sin transición y con total normalidad, lo que da lugar a capítulos de absurda comicidad.

Sin embargo, tras la aparente juguetona estampa, Gógol realiza una radiografía de todas las clases sociales y, veladamente, critica la superstición, calibra la moralidad de los altos estamentos y de las jerarquías eclesiásticas e, incluso, se atreve a poner en tela de juicio la política de los zares, en la entrevista que mantiene un cosaco ante la zarina Catalina, actitud que se adelanta a sus obras mayores, donde Gógol llevará a cabo una peligrosa crítica contra la Rusia autocrática y feudal. Esta actitud incomodará su vida durante toda su carrera literaria hasta lo insoportable: Gógol morirá en Moscú al borde la locura. Es como si, salvando las distancias, tuviéramos a la vez en Gógol a un Pereda, un Jardiel Poncela y un Galdós.
En definitiva, una lectura amable pero con mensajes entre líneas. El marco navideño ucraniano lo hace interesante y distinto. Pero, pese a la atractiva diferencia cultural, la universalidad de las miserias humanas. La Navidad, en ese sentido, es igual en todas partes.

martes, 22 de diciembre de 2009

24. Los villancicos

El villancico es una de las manifestaciones más antiguas de la lírica popular castellana. Sus orígenes se remontan al siglo XIII, momento en el que estas composiciones se entonaban con la finalidad de registrar los avatares de la vida cotidiana de los pueblos -de ahí el término "villancico", es decir, canción de la villa-. La temática religiosa estaba, pues, ausente en los primeros tiempos. Hacia el siglo XV aparece la costumbre de cantar villancicos en Navidad, a la vez que pervivían las piezas de este tipo que giraban en torno al amor cortés. De este siglo datan las primeras recopilaciones de villancicos - Cancionero de Stúñiga y Cancionero de Palacio, del año 1500- , que eran compuestos tanto por autores populares como por otros del renombre de Gil Vicente o Juan del Encina.
Por otra parte, cabe la posibilidad de que los primeros villancicos formaran parte de las representaciones medievales que tenían lugar en el interior de las iglesias y que pervivieran como cantos independientes una vez que la autoridad eclesiástica prohibió este tipo de espectáculos en los recintos sagrados. No obstante, la urgencia de que el mensaje cristiano llegara al pueblo -desconocedor del latín en su gran mayoría - propició que los clérigos mirasen con otros ojos al villancico en los albores del siglo XVI, pues hallaron en él una forma sencilla de acercar los misterios de la fe a los fieles, hasta tal punto que una de las obligaciones del maestro de capilla era componer este tipo de piezas. A partir de este momento, el tema profano centrado en el amor cortés deja paso con más fuerza al contenido meramente religioso.
En el siglo XVIII se observa una influencia muy fuerte de Italia en estas composiciones -estilo recitativo, arias da capo y el incremento del número de músicos- que provocó que desaparecieran de la celebración litúrgica en favor de los cantos gregorianos tradicionales. De modo que desde finales del siglo XIX el marbete "villancico" se asocia a los cantos que aluden a la Navidad y que son cantados de forma popular.
Como curiosidad, cabe destacar que en la antigua Al-Andalus existían unas composiciones llamadas "zéjel" formadas por un estribillo que cantaba un coro y diferentes estrofas interpretadas por un solista. La similitud entre ambas formas, a grandes rasgos, es evidente y no debe resultar extraña, pues es reflejo de la impronta que el mundo árabe ha dejado en nuestra cultura. No obstante, tal y como señala Tomás Navarro, el villancico y el zéjel se diferencian en algunos aspectos: "desde el punto de vista métrico, el villancico y el zéjel se diferenciaban por la forma de la mudanza, redondilla en el primero y terceto monorrimo en el segundo; además, el tema o estribillo, que en el villancico constaba generalmente de tres o cuatro versos, en el zéjel se limitaba de ordinario a dos, y los versos de enlace entre la mudanza y la vuelta, de uso corriente en el villancico, no figuraban con regularidad ni frecuencia en la composición del zéjel".
En otro orden de cosas, resulta sorprendente el origen de algunos de los villancicos que en la actualidad persisten. Así, Los peces en el río es uno de los más conocidos en España y en América Latina y en su musicalidad se pueden entrever sonidos árabes. El famosísimo Adeste fideles, fue compuesto en el siglo XVII por Juan IV de Portugal, conocido como "Rey Músico" por el amor que profesaba a este arte. Entre sus logros, destaca la fundación de una escuela de música en Vila Viçosa y la lucha que mantuvo contra el Vaticano para lograr que la música instrumental pudiera sonar en los recintos eclesiásticos. Verdaderamente curioso es el origen de la famosa expresión "armar la marimorena", que casi seguro hemos entonado todos en alguna ocasión. Los hechos se remontan al siglo XVI, cuando en Madrid existía una taberna regentada por Alonso de Zayas y María Morena. Los dueños del local reservaban el mejor vino para los clientes selectos. Un día, un grupo de personas solicitó probar dicho licor a lo que el matrimonio se negó en rotundo. Este suceso desencadenó una nada desdeñable pelea que terminó con la intervención de las autoridades. Desde ese momento, armar la marimorena se asocia con liar alboroto y ruido, y... ¿qué hacemos sino cuando entonamos este villancico al compás de la zambomba y de las panderetas? Menos accidentado es el origen de Noche de paz. Este villancico fue intrepretado la Nochebuena de 1818 en la iglesia de San Nicolás de Oberndorf (Austria) y se ha convertido en el más conocido. No en vano, ha sido traducido a más de 300 idiomas. La citada iglesia se derribó en el siglo XX y en la nueva construcción se le dio el nombre "Noche de Paz" a una de sus capillas, en honor de una composición que fue capaz de unir la voz de dos bandos irreconciliables -alemanes e ingleses- en la tregua que en 1914 firmaron para celebrar la Navidad.
En América Latina, la tradición de los villancicos se remonta al siglo XVII. Además de los citados y de otros muchos conocidos en España, existen títulos propios tan curiosos como Mi burrito sabanero en Venezuela (versionado recientemente por el colombiano Juanes), Tutaina tuturumaina en Colombia o Caminando por Tegucigalpa en Honduras. En todos ellos se percibe la huella latina pues son muy rítmicos llegando, en algunos casos, a recordar a la melodía de la salsa.
En la actualidad, son muchos los recopilatorios de villancicos que se sacan al mercado por estas fechas. Unos, cantados por coros de niños con voces angelicales; otros, por artistas de renombre como Raphael o por coros rocieros. En cualquier caso -y dejando al margen el tema del consumismo- considero que es bueno que los más pequeños de la casa conozcan estas composiciones tan nuestras así como que los mayores no las olvidemos y como formas populares que son, sigamos haciendo uso de ellas en las reuniones familiares tan típicas de estos días. Pues, ¿hay estampa más navideña que la de una familia reunida en Nochebuena entonando Ay, del chiquirritín o El tamborilero al son de las panderetas, las zambombas, las palmas y las botellas de anís? Evitemos, pues, que estas composiciones caigan en el olvido y busquemos en nuestro interior a ese niño chico que todos tenemos y que alberga el verdadero espíritu navideño.
¡Feliz Navidad! Ojalá todos tengamos un buen aguinaldo en estas fiestas y, cual Rómulo, recibamos nuestras particulares ramas cortadas de un árbol del bosque de la diosa Strenia que nos deparen suerte en este nuevo año.
La fuente de la que está extraída la cita en la que se explica la diferencia entre el villancico y el zéjel es Navarro Tomás, Métrica española, Labor, 1995, p. 154.

jueves, 3 de diciembre de 2009

23. El baile de la Victoria

Ya ha llegado a la gran pantalla la película El baile de la Victoria, basada en la novela homónima de Antonio Skármeta. El argumento del libro se sitúa tras la dictadura de Pinochet, cuando se concede una amnistía en Chile de la que se benefician el famosísimo ladrón de cajas fuertes Vergara Grey y el joven Ángel Santiago. Este último había sufrido las vejaciones sexuales de Santoro, el alcaide de la prisión, "un acto de amor" le dice en la última tensa entrevista que mantienen ambos el día en que Ángel queda en libertad. Santoro, que intuye que Ángel le buscará para vengarse, juega sus cartas y ofrece a otro preso, el asesino Marín, condenado a cadena perpetua, una semana de vacaciones a cambio de matar a Ángel. El destino querrá que Vergara Grey y Ángel Santiago crucen sus caminos fuera de la cárcel. Al primero se le derrumbará su mundo al comprobar que su mujer y su hijo le repudian; Ángel Santiago encontrará el amor en Victoria, una estudiante que ha sido expulsada del liceo (como llaman en Chile al instituto) por su bajo rendimiento académico, y que aprende ballet en una modesta academia. Allí prepara una coreografía basada en Los sonetos de la muerte, de Gabriela Mistral, que quiere ser el homenaje a su padre, asesinado durante la dictadura. Desengañado Vergara por su suerte; entusiasmado Ángel por darle un futuro a Victoria; el plan trazado por el enano Lira en la cárcel. Todo confluye para que Vergara Grey y Ángel den el gran golpe: robar el dinero de Canteros, antiguo general de Pinochet.

La gran dificultad para llevar al cine este libro era, fundamentalmente, conseguir respetar la magnífica caracterización que Skármeta hace de sus personajes. Éstos adquiren voz propia y personalísima. Skármeta consigue desaparecer como narrador y deja que sus protagonistas cobren identidad autónoma. Skármeta evita las injerencias de ese narrador molesto que pone en boca de sus criaturas las frases que el mismo narrador quiere que digan. Procedimiento no exento de dificultades que prueba la enorme calidad del escritor chileno. Pero el temor a que se vulnerase ese espíritu en la película se convirtió en esperanza al comprobar que, entre la nómina de actores, figuraba Ricardo Darín (Vergara Grey). De Abel Ayala (Ángel Santiago) conocía menos su trayectoria profesional pero le escuché hablar para la televisión sobre su personaje y su declaración me reforzó en la idea de que el actor se había empapado de Ángel Santiago y de que cumpliría con creces. Dijo: "Una persona como Angel Santiago sólo puede vivir dentro de las películas, no se puede ser tan vitalista e ilusorio en la vida real". Creo que no se puede decir mejor. Efectivamente, Ricardo Darín encarna a la perfección la figura melancólica, escéptica e introvertida de Vergara Grey, así como su paulatino deshielo en su humanísima actitud hacia Ángel; por su parte, Abel Ayala borda su papel interpretando con sumo acierto la emocionante candidez e ingenuidad de Ángel Santiago.

Aunque Fernando Trueba se basa en el libro de Skármeta para su película, no sigue a la novela en multitud de pasajes, aunque estas modificaciones sobre el argumento original no merman en absoluto el alma de la historia. Por ejemplo, Victoria Ponce (Miranda Bodenhöfer) no es muda en la novela. Al contrario, algunos de los pasajes más amenos de la lectura son los diálogos entre Victoria y Ángel; sin embargo, en la película, Victoria ha perdido la voz a consecuencia del trauma que le produce el asesinato de sus padres por los secuaces de Pinochet (en la novela sólo muere el padre). Así, Ángel asume el protagonismo de esos diálogos, mientras que la mudez de Victoria permite centralizar su manera de comunicarse en la danza, el movimiento hecho verbo.

Uno de los capítulos más memorables de la novela es cuando Victoria se presenta en su instituto ante un tribunal de profesores para examinarse de los conocimientos necesarios que la alumna necesitaba superar para su reingreso en el centro. La prueba marcha muy bien y Victoria responde con seguridad a todas las preguntas del tribunal hasta que la profesora de Literatura le pregunta sobre las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique "momento en que Victoria Ponce se iluminó porque era ése su poema favorito de la historia mundial de la literatura, incluidos los de Neruda". Su exposición apasionada del poema choca con el empeño de la señorita Petzold de que enumere metáforas, aliteraciones, metonimias e hipérboles; de que determine si la actitud del hablante lírico es carmínica, apostrófica o enunciativa. Victoria, que no concibe que la literatura pueda someterse a tales bisturíes, no sabe responder. Cuando la señorita Petzold le pide que indique quién es el hablante lírico, Victoria responde que es el poeta: "Señora, es Jorge Manrique mismo quien habla de la muerte de su padre don Rodrigo [...] Lo siento, señora Petzold, pero yo llevo llorando la muerte de mi padre desde hace años y no me calma la angustia ninguna metáfora, ni ningún ritmo yámbico, ni ninguna metonimia. Cuando Jorge Manrique se entera de la muerte de su padre, abandona la corte y se encierra en un castillo, donde escribe el poema desde un profundo dolor." La señora Petzold le reprocha: "Mijita, todo eso está muy bien, ¡pero es pura copucha historiográfica! Yo le pido un análisis literario". Y acaba Victoria: "Perdone, profesora, pero yo no voy a hacer ninguna mierda de análisis del hablante lírico. El poema es demasiado hermoso para esa canallada". Desde luego, muda no es, no, nuestra Victoria.
Del mismo modo que en la novela, en la película, Victoria se examina ante un tribunal de profesores, pero para ingresar como bailarina en el Teatro Municipal. Allí, su lenguaje es el baile, pero los profesores vuelven, como la señorita Petzold, a quedarse en la superficie del arte: critican su vestuario y el desaliño de su físico; hasta su mudez es motivo de desprecio. Nadie ha pensado en observar la plasticidad de sus movimientos y la carga emotiva de éstos. El pasaje pasa, pues, de lo literario, lo cual conviene a la novela, a lo visual que es más propio del cine. El traslado del episodio de un género a otro plantea el imperativo de modificar el marco pero no la esencia. El pasaje es, también, un guiño al espectacularizado tribunal de los Óscar.

Otro motivo de la novela que no aparece en la película y cuya inclusión habría resultado satisfactoria, es el del secuestro del Teatro Municipal. En realidad, toda la trama para organizar el momento de gloria de Victoria es mucho más complicada. En ella colabora el cabo Zúñiga, miembro de la policía chilena, que se siente heredero institucional de los abusos, torturas, violaciones y desapariciones que sus antecesores habían cometido durante la dictadura. Depositario de ese cargo de conciencia, pese a no haber participado en esas atrocidades ("hace treinta años tú no habías nacido", le consuela su esposa Mabel) necesita resarcirse ayudando a Victoria, una de las víctimas de la represión. El simbolismo de este cabo Zúñiga es lo suficientemente significativo como para haber encontrado un hueco en la película.
Fantástico es también el contraste que ejerce la imagen de Ángel sobre su caballo en mitad de la urbanizada Santiago. Algo hay en esa imagen de reivindicación del ancestro indígena.
Intensas son las escenas del cine donde Ángel descubre a Victoria prostituyéndose y la posterior huida frenética de ésta para lavarse en una fuente helada. La novela describe esos instantes con verdadero vértigo.
Otras diferencias entre novela y película son menos importantes y no las voy a recoger aquí. Cada género responde a sus pautas artísticas y no soy partidario de aquellas posturas inflexibles que se escandalizan cuando una película no ha seguido punto por punto a la novela en la que se basa.

En definitiva, tras la primera sorpresa de la mudez de Victoria, la película capta perfectamente las sensaciones que el lector de Skármeta experimentó con la lectura de la obra y, salvo algún desacierto esporádico (como aquel, algo ñoño, en que Vergara Grey se encuentra con su esposa Teresa Capriatti (Ariadna Gil) y con voz en off, ambos deslizan sus pensamientos en diálogos silenciosos) la obra de Fernando Trueba está a la altura. El final que, por supuesto, no desvelaré aquí, es la coda grandiosa al baile. Final previsible y no por ello menos efectista. Final de silencios desgarradores que dicen más que la más detallada de las descripciones.
Un último apunte. Las librerías vuelven a llenar sus anaqueles estos días con la obra de Skármeta. La reflexión resultante tiene doble filo. Si el cine ayuda a recuperar obras preciosas como esta, alabado sea el cine. La otra cara de la reflexión es que mal vamos si para conocer a Skármeta necesitamos al cine. Yo pensaba que sólo necesitábamos a Skármeta.