miércoles, 6 de octubre de 2010

61. Teatro en la guerra

Creo que el teatro es un arma magnífica de guerra contra el enemigo de enfrente y contra el enemigo de casa. Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, han de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra.  Esta afirmación pertenece a Miguel Hernández y tiene la fuerza suficiente para validar el teatro de urgencia que comienza a escribir a raíz del levantamiento del 18 de julio de 1936. Se trata de cuatro piezas, formadas por un solo cuadro, cuya única y última finalidad es conseguir la adhesión del público a la causa republicana. Este objetivo explica el hecho de que sea un teatro breve, conciso, sin ornamentación que pueda distraer al espectador del mensaje y con unos personajes sin nombre propio, anónimos, pues lo importante no es su caracterización particular sino los ideales que representan. Con estas cuatro obritas, agrupadas bajo el título de Teatro en la guerra, el poeta del pueblo hace una radiografía de la sociedad española y de las diferentes actitudes que se estaban adoptando ante el conflicto bélico. Así, en La cola aparece un grupo de mujeres que discuten por conseguir carbón. En un momento dado, entra en escena el personaje de la madre quien les reprocha esa conducta infantil mientras millones de hombres se juegan la vida en el frente. Éstas, ofendidas, muestran una total despreocupación por esos combatientes puesto que sus maridos e hijos están a salvo gracias a sus contactos. Crítica, por tanto, despiadada a las personas que viven ajenas al conflicto, a su egoísmo que no hace otra cosa sino ensuciar el nombre de Madrid y de los momentos que está viviendo España: (...) Dignificad Madrid, mujeres de sus barrios, hombres de su defensa. No lo enturbiéis ni lo degradéis con acciones y actitudes bajas. (...) Que se le vea, gallardo y diáfano, desde donde se le mire. Así venceremos(...).
La actitud opuesta aparece en El refugiado, pieza escrita en Jaén en marzo de 1937 y puesta en escena el 27 de abril de 1938 en el Teatro Principal de Alicante. En ella, un anciano refugiado conversa con un combatiente, que ha llegado a tierras jienenses desde Madrid, sobre la inactividad que predomina en los frentes de Andalucía, una actitud que le ha obligado a abandonar su pueblo tras la llegada de los fascistas. Su interlocutor no duda en ayudarle y le ofrece el poco dinero que tiene: (...) Las riquezas son para compartirlas, no para adornarlas de limosnas. Te doy, no porque me sobra, sino porque lo necesitas. Quien da lo que le sobra, es tan perro como quien acepta las sobras de quien se las da. Esta generosidad anima al refugiado a participar en la lucha pues  (...) España no hay más que una y la quiero como si la hubiera parido
En ocasiones, el poeta aparece como un personaje más de las piezas bajo la forma de una misteriosa voz redentora que logra convencer a los protagonistas dudosos del camino a seguir. Como si de una revelación divina se tratase, los personajes se ven invadidos por esa voz que consigue abrirles su entendimiento. Tal es el caso de El hombrecito, un joven adolescente que desea fervientemente alistarse al Ejército  Popular para luchar por España, pues se siente inútil viviendo bajo la protección de su madre. No puede reprimir más su anhelo: (...) Mataré los que queda en cuanto tenga un fusil, y si no tengo fusil, con una honda, y si no tengo honda, con los dientes, y si no tengo dientes, los escupiré mientras tenga saliva. Su madre, preocupada, no quiere aceptar la decisión de su hijo hasta que, misteriosamente, escucha una voz que le infunde ánimo para asimilar la partida de su vástago: Madres, dad a las trincheras / los hijos de vuestro vientre, / que la marca de las fieras / en nuestra tierra no entre.  Así pues, ambos protagonistas encarnan una actitud ejemplar: el deseo de lucha y el orgullo materno ante el coraje de su hijo y su compromiso con la causa republicana: (...) Mirad, madres, mirad: ¡mi hijo avanza como una semilla a convertirse en el pan de todos los hijos que empiezan a brotar de los vientres maternos!
Algo similar ocurre en Los sentados, un grupo de hombres que pasan horas conversando en un banco ajenos a la desgracia que se está viviendo, respirando una "paz envenenada". Un soldado los escucha y no puede evitar increparles por su pasividad: (...) Mientras los que tenemos el alma en pie defendemos el pan y la España que codician italianos y alemanes, vosotros seguís haciendo vuestra cómoda vida de gallinas en el nido (...) Cuando para mí es un orgullo, una alegría luchar por la libertad de España, para vosotros es un sacrificio que no queréis llevar a cabo (...).  Las palabras del soldado remueven la conciencia de algunos hombres: (...) No debemos seguir de este modo, porque si se pierde España, culpa habrá sobre nosotros, y si se gana, no mereceremos gozar los días de la victoria. ¡Vamos a ayudar a nuestros compañeros!  Uno de ellos duda, mas la aparición de la voz del poeta disipa el titubeo: Levántate, jornalero, / que es tu día, que es tu hora.
Evidentemente, se trata de un teatro de poca calidad, con textos escasamente elaborados, pero ello no ha de restarle valía. Miguel Hernández era completamente consciente del tipo de obras que estaba escribiendo y para qué las quería. Pueden verse como pequeñas arengas cuya finalidad era captar adeptos para la causa republicana y esto es totalmente legítimo. En momentos tan difíciles y duros, Hernández consideraba que la literatura no podía mantenerse al margen y seguir ofreciendo espectáculos aburguesados, alejados de la realidad. Las letras, por tanto, debían explotar su vertiente social y qué mejor manera de llegar al público que con el teatro. Quizá por ello, únicamente estas obras fueron llevadas a las tablas en Alicante y en Cuatro Caminos. Estas piezas deben ser entendidas como armas con las que luchó nuestro poeta, otro tipo de fusil con balas de tinta que podían conseguir, en ocasiones, más efectividad que las reales. Ahora bien, Miguel Hernández reconoce su deseo de cultivar otro tipo de teatro cuando la situación de España cambie: Cuando descansemos de la guerra, y la paz aparte los cañones de las plazas y los corrales de las aldeas españolas, me veréis por ellos celebrar representaciones de un teatro que será la vida misma de España, sacada limpiamente de sus trincheras, sus calles, sus campos y sus paredes.  Lástima que un destino cruel e injusto no nos haya dejado disfrutar de ese otro teatro que Miguel pretendía escribir, lástima que el último escenario al que se subió el oriolano fuera el patio del Reformatorio de adultos de Alicante por el que desfilaron los últimos protagonistas del drama de su vida, sus compañeros, para darle su adiós. Lástima.


2 comentarios:

Píramo dijo...

Es verdad, Tisbe. Qué lástima no haber podido conocer esas otras obras de teatro de Miguel Hernández. Muy interesante tu artículo, sobre una faceta del escritor poco conocida. Y muy bien documentado. La reflexión sobre la legitimidad de la literatura de circunstancias también daría para mucho debate. Y qué bien que hayas vuelto a instruirnos con la amenidad que te caracteriza.

Tisbe dijo...

Gracias, Píramo, por tu siempre fiel comentario. Aunque no podemos disfrutar de otro teatro de Miguel Hernández sí que compartiremos esta nueva temporada. Estoy deseando ya.