domingo, 5 de diciembre de 2010

71. Fanny Rubio: el dintel del nombre

La palabra es patrimonio de todos. Pero es en la voz de los poetas cuando la palabra se sublima. Atrás quedan las viejas disputas sobre si la palabra poética debe sólo cumplir con su función informativa o, además, debe exigírsele la virtud de producir arrobamiento en quienes la recogen. La palabra, por más que se empeñen quienes quieren ver en ella sólo un sentido práctico, útil, adquiere siempre en poesía una dimensión que trasciende la pura denotación. Da igual que hablemos de poesía social, cuyo contenido coyuntural precisa del “aquí” y del “ahora” y parece negar los virtuosismos accesorios; da igual que hablemos de la poesía de la experiencia, tan cercana a la cotidianeidad y, por lo mismo, tan próxima a lo conversacional. Y, por supuesto, quedan ya obsoletas las antiguas dicotomías entre conceptismo y culteranismo o modernismo y noventayochismo, marbetes que sólo se sostienen todavía por una acomodaticia sistematización escolar. Todos los poetas, en mayor o menor medida, necesitan que su mensaje esté cimentado sobre la arquitectura cincelada de la palabra.

Por eso no nos extraña que, probablemente en la novela más lírica de Fanny Rubio, El dios dormido (Alfaguara, 1998), la palabra sea la piedra angular de la trama narrativa, y no sólo por el uso estético que de ella se hace, sino porque la palabra misma es la principal protagonista de la novela. Ésta narra, en boca de María Magdalena, los 3 días que siguen a la muerte de Jesús en la cruz. Y el recuerdo del Amado durante ese tiempo se sustenta en las conversaciones mantenidas con el Sanador antes del sacrificio, en esas palabras dichas al calor de la confidencia y a la luz resplandeciente de la revelación y de la esperanza. El monólogo privado de María Magdalena que descubrimos en la lectura de esta novela, se construye, de este modo, de palabras que evocan, redimen, gritan, imploran, confiesan, anuncian, proclaman y, en definitiva, se hacen vida restallante, radicalmente vida. Fanny Rubio se ha preocupado bien de hacer apología de la palabra y la ha homenajeado entregándose a una delicada orfebrería. Sin embargo, nos queda la duda de si una novela puede prolongar la intensidad del hecho lírico durante más de 300 páginas. El poema, debido a su, por lo general, corta extensión, constituye un molde perfecto para la condensación de la fuerza lírica. Estirar esa condensación en una novela puede dar dos resultados: la dispersión o el agotamiento del lector. Y, de hecho, los momentos más felices de la novela, aparte de numerosas estampas preciosas de soberbia plasticidad, se producen cuando la narración fluye sin el lastre continuado de su grave carga lírica, a cuya atracción se entrega la autora con tal apasionamiento, que incurre, creo que de manera involuntaria arrastrada por el fragor de su embeleso, en el abuso de la subordinación o en contrastes abruptos de tono. Y, cuando la escritora parece despertar de su propio éxtasis hipnótico, reacciona incluyendo palabras demasiado “actuales” que rompen repentinamente con la atmósfera léxica que hasta ese momento había funcionado como agradable narcótico. Estos reparos que aduzco no desean sino certificar que Fanny Rubio es poeta por los cuatro costados. Y este “mal de la poesía” se testimonia en su narrativa, que no puede sujetarse al cauce canónico del género sin desbordarse, sin desangrarse en versos, que pugnan por desasirse de las pautas que impone la novela.

Símbolos de su compromiso con la palabra poética son sus poemas sobre las ciudades de Sodoma y Dresde, cuya reconstrucción alegórica delega sobre la palabra el poder demiúrgico de la creación. Los asistentes a su recital en Cambrils del pasado viernes, constatamos que leer y escuchar a Fanny Rubio es reconocer en las palabras su origen desnudo, es colocarnos en ese arcano que reza uno de sus versos que es el “dintel del nombre”.

3 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Fanny Rubio, a quien conocí en unos cursos de la Menéndez Pelayo de Santander, me parece una mujer encantadora. Recuerdo también su participación en la tertulia de Antonio San José en las tardes de Radio Nacional. ¿Alguien en el blog recuerda aquella tertulia? Participaban también, según los días, Peridis, Garci, Ángeles Caso, Luis Antonio de Villena... Impensable en nuestros días una tertulia de esa calidad y con aquel buen talante. Y tampoco es que me esté remontando a los tiempos de Mari Castaña (¿o sí?); hablo de finales de los 80 y principios de los 90.

Tisbe dijo...

Nunca había oído hablar de Fanny Rubio hasta que Píramo me invitó al recital de poesía. Me pareció una persona interesante y cercana a los asistentes que allí nos congregamos. Fue capaz de crear un ambiente muy acogedor mientras recitaba algunos de sus poemas.

Píramo dijo...

JAVIER Y TISBE, tengo la misma opinión que vosotros acerca de Fanny Rubio. Una mujer sencilla, cálida, próxima y una buena recitadora, no con aquellas declamaciones algo aparatosas de algunos, sino con ese tono confidencial e intimista que tan bien le viene a una velada poética como la del pasado viernes en Cambrils. Y es verdad, Javier, ¿para cuándo una tertulia como las de antaño? ¡Qué gran vacío en las ondas respecto a ese tipo de programas de radio!
Tisbe, un placer compartir contigo ese ratito que, como tantos otros, hicimos ya tan nuestro.