domingo, 20 de febrero de 2011

86. El arte no tiene prisas

Hace unos días acudí al cine para ver el último trabajo de Clint Eastwood, Más allá de la vida. Desde el primer minuto comprendí que estaba ante una película de gran factura, de aquellas películas de verdad, que infunden en el espectador el respeto y hasta la pizca de veneración de las grandes obras de arte. Evidentemente, esto es sólo una opinión. Y prueba de ello es que, al finalizar la película, cuando se encendieron las tenues luces de la sala y, entre la penumbra, se inició el desfile de sombras hacia la salida, comencé a escuchar, todavía desde mi butaca, comentarios que desaprobaban mi impresión: “Vaya tostón”; “una película para echarse una buena siesta el domingo”; “lo mejor fue la escena del tsunami”; “aquí no hay muertos vivientes ni ”, “qué película más lenta”, todo esto entre bufidos varios y nutrida exposición de campanillas, auspiciada por la generosa espadaña del bostezo. Quise pensar que no era yo alguien tan raro como para que nadie coincidiera conmigo en los indiscutibles méritos de la película. Y creo que logré detectar algún que otro correligionario, disperso aquí y allá, todavía sentado, como yo, en la butaca. Porque esa fue mi manera de localizarlos: comprobar que seguían sentados, observando aún la pantalla, como si la retahíla de créditos que descendían ya hacía rato por ese paño virgen de los sueños, los tuviera todavía narcotizados, como si quisieran retener durante unos segundos más el sedimento de ese poso agridulce del argumento.

Clint Eastwood decide que quiere contarnos una historia y que lo quiere hacer sin prisas, midiendo admirablemente los tiempos de la película para que nada falte sin que nada sobre. Quiere presentarnos a unos personajes que tienen alma, con sus miedos, inquietudes, contradicciones y anhelos. Y ese trabajo requiere tiempo, no se puede despachar con la premura de una trama trepidante. Aquí importan los silencios, las miradas, el juego lírico de los planos, la música. Pero nuestro mundo está obsesionado por el reloj y el espectáculo de lo frenético: en las películas y las novelas importa la acción desbordante (conozco personas que, incluso, se saltan las partes descriptivas de las novelas); en los debates de la televisión no hay tiempo para el turno sosegado de palabras, todas se solapan y cuando una irrumpe no ha habido tiempo de reflexionar sobre la anterior (si es que alguna incitaba a la reflexión, cosa extraña por otro lado), en algunos telediarios se oye más la sintonía apocalíptica de los sumarios que al presentador que las resume; Internet está tiranizada por los enlaces, que le apremian a uno a pinchar en ellos antes incluso de haber terminado el párrafo que estamos leyendo, la mano siempre sobre el ratón, dedo avizor para el “clic” delirante.

Educados para la prisa. Por eso, muchos rehúyen las maravillosas estampas castellanas de Azorín; o el ritmo pausado y envolvente de las obras de Julio Llamazares; por eso casi nadie lee ya la prosa lírica de Gabriel Miró; o la introspección de algunos libros de José Luis Sampedro; por eso son rara avis los lectores de poesía. Porque la gente tiene prisa y ha perdido la capacidad del paladeo, de reconfortarse en el sonido de las palabras, en aquella frase evocadora, en la sugestión de una imagen. El arte no tiene prisas, los cuadros de los museos no son fotogramas por segundos.

Más allá del arte, el problema de fondo es mucho más dramático. Entre tanto ruido, el hombre ha olvidado la sustancia que le constituye y le trasciende: que él mismo es alma y belleza y ese vuelo de espíritu que nos diferencia de cualquier otro ser vivo. Que es mucho más hermosa una minúscula lágrima vertida en silencio, sal humana, que el abrumador tsunami que tanto gustó al espectador de la otra fila, sal sin más.

7 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Tú lo has dicho, Píramo: "educados para la prisa".

Pilar dijo...

Lo más grave es que los propios escritores se han contagiado de esa prisa: prisa por publicar, prisa por triunfar, pero no por aprender, decantar, madurar, experimentar.
Así se hace efímero lo que debería aspirar a la eternidad. Materia de consumo lo incombustible. No solo se fabrican aparatos con la fecha de caducidad a corto plazo, también libros y películas que se desintegran entre las manos cuando los roza la luz del amanecer.

Tisbe dijo...

La prisa domina la mayoría de nuestros actos cotidianos, por eso hay que intentar acabar con ella y encontrar nuestro ratito para disfrutar de la literatura. Nunca se puede saborear una lectura si ésta se realiza de modo rápido, casi autómata, pues el placer de leer requiere sosiego y lentitud. Lástima también lo que apunta Pilar, que esa celeridad haya dominado a muchos escritores que únicamente buscan las ventas fáciles y "rápidas".
Como siempre, me ha gustado mucho tu artículo.

E. Martí dijo...

De acuerdo con las apreciaciones. La prisa exige acción y rapidez, lo que implica, en la mayoría de los casos, irreflexión, falta de perfección, superficialidad, oportunismo... Pero parece que, los unos lo demandan y los otros están encantados con la circunstancia. Una pena para los que seguimos prefiriendo la prosa de Azorín, de Llamazares, Delibes, o Wenceslao Fdz Flórez (El bosque animado, !qué delicia!) los renglones de Saramago, la poesía de Aleixandre...
Los que nos quedamos sentados en la butaca, degustando las escenas de una película seguiremos a contracorriente por mucho tiempo, me parece a mí.
Un abrazo

Píramo dijo...

-JAVIER, tú, tan azoriniano, estás inmunizado.

-PILAR, tienes razón. Al final, el ritual de conservar el libro en las estanterías de la biblioteca tras su lectura no va a tener sentido. Usar y tirar. Y ni siquiera vale pensar que todo libro deja un poso eterno en el espíritu, porque la nueva hornada editorial, con felices excepciones,deja indiferente.Gracias por tu comentario.

TISBE, las prisas ni en la literatura ni en la vida. Saborea cada instante y haz trizas el reloj. Como nuestro momentito del té.

ESMERALDA,cuántos libros buenos deben de estar en aguas del Leteo porque las editoriales los consideran excesivamente lentos, tan alejados de la demanda del gran público, que exige argumentos frenéticos que se puedan leer del tirón. Del tirón para comprar otro rápidamente, claro.

EMILIO. No me consideraba censor de nadie hasta que aparecieron sus mensajes plagados de faltas de ortografía. Cuando escriba decentemente, tendrá usted un huequecito por aquí.¡Haga el favor de estudiar! Con cariño.

EMILIO dijo...

http://juvenilcultural.blogspot.com/

Érie Bernal dijo...

Píramo qué gran artículo!!. Me alegra saber que compartes conmigo la filosofía de mi blog http://ensentidocontrarioalasagujasdelreloj.blogspot.com.es/. Justo hace unos minutos hablámos sobre las prisas que tienen algunos por hacer las cosas ya, en vez de madurarlas y saborearlas. Se prima la cultura del ahora instantáneo sin cuestionarnos la calidad de lo realizado. ¿Qué películas son éxito de taquilla? Yo incluso conozco a gente que dice que no quiere ir al cine a pensar... Con esto quiero decirte que reflexiones sobre las decisiones que tienes que tomar, ve lento pero seguro porque así tendrás el éxito asegurado. Las cosas hechas con prisas, se hacen de cualquier manera. Usa el tempo giusto: no lo hagas lo más rápido posible, sino lo mejor posible.