domingo, 20 de marzo de 2011

90. Antoni Coll

Entre las muchas prendas que visten la personalidad de Antoni Coll hay una muy reconfortante en los tiempos que corren que es la de su humildad intelectual. Cuando se mantiene una conversación con él de las que podríamos llamar “culturales”, a uno se le antoja que Antoni se reserva mucho más de lo que dice, quizás huyendo del exhibicionismo petulante. Rara virtud ésta en un mundo donde la gran mayoría habla demasiado y con vanidad de lo poco que conoce para compensar lo que calla por lo mucho que ignora. En la “Plumilla” del día siguiente a la presentación de su último libro, Antoni daba las gracias a los asistentes al evento pero se guardaba muy bien de presentar su agradecimiento como un pretexto para publicitar su libro. De tal modo que Antoni Coll, notable paradoja, casi nos estaba pidiendo disculpas por dar las gracias, lo que da buena cuenta de su prudencia.

Pero que Antoni sabe, y que sabe mucho, no nos pasa desapercibido a los que tenemos la suerte de atesorar su amistad, por más discreción que le acompañe. Recuerdo uno de los últimos encuentros que tuve con él en una cafetería próxima al Diari de Tarragona. Yo iba cargado con un montón de libros que tenía pensado devolver esa tarde a la biblioteca. Antoni se interesó por los títulos y, entre ellos, le llamó la atención uno de José Orlandis, La vida en España en tiempo de los godos. De repente, Antoni comenzó a hablar de Orlandis, a quien había conocido personalmente y a contar anécdotas muy curiosas sobre la figura del historiador. Así que, aquel libro que yo había manejado como un instrumento puramente funcional, cobraba, al calor de las palabras de Antoni, un nuevo cariz, un alma en letras de molde donde la sangre de su autor circulaba en tinta negra, que a mí me pareció enlutada cuando el mismo Antoni me informó aquella misma tarde que Orlandis acababa de fallecer. Recuerdo que cuando dejé el libro en el mostrador de devoluciones de la biblioteca, acaricié levemente el lomo en esa carantoña que se le hace a los libros con alma. Y es que éste ya lo era merced a Antoni.

Sirva lo dicho para hacerse una idea de lo que el lector puede encontrar cuando lea Mis seis diarios. Memoria de cuarenta años de periodismo, editada por Milenio y prologada por Carles Sentís. El libro narra las vicisitudes de los seis periódicos en los que trabajó Antoni Coll, una suerte de aquella intrahistoria acuñada por Unamuno donde, al lado de los grandes acontecimientos históricos, se cuentan también las experiencias individuales, paralelismo que en el trabajo periodístico cobra una mayor significación por el vínculo evidente que se establece entre ambas realidades. La amenidad del libro viene auspiciada por las sabrosísimas anécdotas, que no conviene desvelar para no frustrar el factor sorpresa, y por la estructura dialógica, heredada del ensayismo del siglo XVIII, como no podía ser de otra manera, siendo el autor un ilustrado de nuestro tiempo. Pero el libro rebosa, ante todo, humanidad. Antoni Coll evoca con delicadeza y ternura la extensa nómina de personas que se cruzaron en su camino e, incluso aquellos de los que no guarda un buen recuerdo, son tratados con elegante condescendencia. Existen algunas escenas costumbristas muy de época que hacen esbozar una sonrisa nostálgica, incluso para los que no las vivimos. La fina ironía con la que se tratan algunos pasajes contribuye también a esa sonrisa cómplice que ayuda a dibujar la especial atmósfera confidencial que se crea con el lector. Coherente por la firmeza de sus convicciones, el libro es una atalaya desde la que el autor, con la seguridad que dan los años, otea el mundo pasándolo por el tamiz de sus propias ideas, sin el yugo de querer agradar a todos. Porque Antoni es quien es por su honestidad limpia. Por eso, se encontró una sala repleta en la presentación del libro y esta vez no fue necesario esperar a pie de máquinas a que la agencia enviara los aplausos.

4 comentarios:

Tisbe dijo...

No conozco personalmente a Antoni Coll, pero soy testigo de los encuentros que tienes con él y de las enriquecedoras conversaciones que mantenéis. Es un placer encontrar personas con esa humildad de la que hablas y con un bagaje cultural tan amplio.

Javier Angosto dijo...

Píramo:
Recuerdo, de mis años en Tarragona, que una de sus "plumillas" se la dedicó a Azorín. Déjame, pues, que añada a lo apuntado por ti el hecho de que Antoni Coll figure también entre los devotos de Azorín.
Yo no fui lector del "Diari de Tarragona", pero mi padre es fiel lector de este periódico y todos los días empieza su lectura por la "plumilla" de la contraportada.

EMILIO dijo...

Interesante

Píramo dijo...

Tisbe, la humildad siempre. Sólo hay dos momentos en los que la humildad no vale: cuando el exceso de humildad convierte a ésta en vanidad; y cuando debamos acudir al orgullo si nuestra dignidad se ve amenazada.

Javier, no conocía la veta azoriniana de Antoni Coll. Respecto a la costumbre de tu padre, es, al parecer, algo que muchos lectores del DIARI hacen también. Yo me la dejo para el final, como los postres.

Emilio. Sí, debe de ser la única palabra en la que no cometes errores de ortografía. Podría ser peor y que le colocaras la "doble "s catalana. Vas progresando.

*Quiero dar las gracias a Antoni Coll por sus palabras elogiosas hacia el artículo que, tan amablemente, me transmitió por teléfono el mismo domingo que vio publicado por sorpresa el texto en el DIARI.