miércoles, 6 de marzo de 2013

196. No pasó nada




Se cumplen 40 años del comienzo de la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile. Son muchos los escritores del país andino que han plasmado en sus obras la complicada situación que se vivió tras el derrocamiento de Salvador Allende, reacción natural si consideramos que una de las  funciones  de la literatura es servir como espejo de la realidad social.
No pasó nada, de Antonio Skármeta, se engloba dentro de las obras que durante los años 80 intentaron denunciar la tremenda situación que se vivía en este país, pero destaca por su planteamiento, pues los hechos son relatados por un joven de catorce años, Lucho, que ha tenido que refugiarse en Berlín con su familia, pues sus padres eran activistas de izquierdas en el momento en que Pinochet se hizo con el poder. Se plantea, por tanto, el tema del exilio pasado por el tamiz de los ojos inocentes de un niño que experimentará un proceso de transformación en adulto. Se trata, por consiguiente, de una novela de aprendizaje en la que el narrador-protagonista, a través de sus peripecias vitales, traza una radiografía de la difícil situación por la que pasaron miles de chilenos al verse obligados a emigrar de su país. En este sentido, el golpe de Estado es descrito por Lucho como la frustración de sus sueños, como un manotazo duro que obligó a sus padres a vivir refugiados en la melancolía del que se siente un intruso en un país extraño, frío, tan distinto a su amado Chile.
Así, Antonio Skármeta plantea la confrontación entre el mundo de la nostalgia en el que se atrincheran los progenitores de Lucho y los deseos de adaptarse a una nueva vida de los jóvenes que, sin olvidar sus raíces, desean sentirse aceptados por la nueva sociedad en la que vivirán el despertar de su conciencia adulta. Estos jóvenes son conscientes de que sus vidas han cambiado: “mi papi nos dijo que desde ahora en adelante se había acabado la niñez para nosotros”, pero, tras un lógico período de tristeza, se acomodan a su nueva realidad.
A través de la vida cotidiana de Lucho, somos testigos de los sinsabores que sufrieron los exiliados, como la dificultad para encontrar empleo, la complicación para aprender un nuevo idioma y la necesidad de recurrir a sus hijos como intérpretes,  la escasez económica, el hambre, la tristeza y la impotencia por estar alejados de los compañeros que seguían luchando por una causa justa, el racismo y la melancolía. Ahora bien, también se nos muestra el lado más activo de estos exiliados que no dudan en unirse para recaudar fondos para la Resistencia y en manifestarse y difundir en Berlín  la realidad de ese país “tan flaco” que muchos ni conocían. Los hijos de estos exiliados participan activamente en estos actos, pintando carteles para la marcha contra la Junta militar, recogiendo donativos y entonando consignas a favor de la libertad. Viven, por tanto, una realidad en la que Chile no desaparece de sus mentes pero que hacen cohabitar con su vida alemana. En este sentido, el lector es testigo del despertar sexual de Lucho, de su primera decepción amorosa tras la traición de Sophie, del hallazgo de la amistad verdadera, de la reivindicación de su propio yo tras la pelea que mantiene con Michael y del descubrimiento del amor verdadero en la figura de Edith.
Estos avatares existenciales se van intercalando con las críticas a la dictadura de Pinochet y con las alusiones a las consecuencias que trajo consigo: subida de precios, fusilamientos, despidos, jueces corruptos, hambre… Se podría, por tanto, considerar que es una novela que peca de maniqueísmo, mas consideramos que esta calificación queda atenuada al haber elegido Skármeta a un narrador adolescente, cuyos juicios en construcción, impiden una parcialidad, digamos, de tesis. Lucho relata lo que ha vivido y lo que sus padres le han contado, algo lógico dada su temprana edad. Se trata de un personaje entrañable, como es habitual en el universo skarmetiano, que se gana la complicidad del lector haciéndole partícipe de sus aventuras cotidianas y de su crecimiento como persona, de la búsqueda de su propia identidad sin olvidar sus orígenes, pero aprendiendo a pensar  por sí mismo.
En definitiva, Antonio Skármeta en No pasó nada renueva el tema del exilio al tomar como narrador al hijo de los adultos que lucharon contra Pinochet, a esa segunda generación que navegará entre torrentes de nuevas ilusiones que les ofrece el país de acogida y el afecto a  un país azotado por la tempestad política y social.  Todo ello envuelto por una aureola de cariño de quien ha sufrido el exilio en su propia persona, desde la experiencia vital de quien conoce de primera mano el dolor por el abandono de la patria, de quien sabe lo que es “militar en guetos de melancolía”.

3 comentarios:

Píramo dijo...

Tisbe, te has sacado una gran reseña de nuestro querido Skármeta. De todos los temas que mencionas, el que más me llama la atención es el del vacío identitario de las segundas generaciones de exiliados. ¿Cómo se siente un hijo de exiliado que no conoce la tierra de sus padres pero que tampoco parece identificarse con la extraña tierra donde ha nacido y que tan poco tiene que ver con su familia? ¿El exiliado de segunda generación tiene, por fuerza, que ser un apátrida? Genera un debate interesante.

Javier Angosto dijo...

Me encantó en su día "No pasó nada". Y además, durante muchos años la puse como lectura en cursos bajos de la ESO (en donde siempre me resulta complicado acertar), y a los chavales les gustaba bastante.
Ciertamente, como comenta Píramo, debe de ser difícil la situación de los hijos de los exiliados. Recuerdo un caso curioso de hace ya casi 20 años. Tenía en una clase de 4º de FP a dos alumnos rumanos. Eran un chico y una chica. Él era de una familia del régimen de Ceaucescu, y ella, en cambio, pertenecía a una familia represaliada. El caso es que, a pesar de ser compatriotas en un país extraño, estaban tan enfrentados que ni se hablaban.

Tisbe dijo...

Píramo, tienes toda la razón. El vacío identitario debe de ser bastante desconcertante para esos niños que no se sienten de ningún país y que han de estimar la patria de sus padres casi por obligación moral. Muchas gracias por tus palabras y tus ánimos incondicionales.
Javier, quizás pruebe algún año y ponga esta lectura para algún curso de la ESO. Muchas gracias por tu comentario.