domingo, 10 de agosto de 2014

261. Ja, ja, ja



Si el personaje de una novela ríe ostensiblemente podemos utilizar la interjección “ja” repetidas veces. De la risa a la carcajada distan unos cuantos “ja” que podemos añadir a voluntad y así medimos su intensidad; cuantos más “jas”, más fuerte es la risa. Si dicho personaje es gordo, corpulento o presenta maneras embrutecidas podemos usar una variante de la interjección de marras modificando sólo su vocal: “jo, jo, jo”. Hay más posibilidades. En el caso de que quien ría lo haga irónicamente o encierre en su risa una doblez o una segunda intención, utilizaremos “je, je, je”. Puede que ría una abuelita entrañable o un duendecillo travieso y entonces dirán: “ji, ji, ji”. Es menos frecuente la interjección “ju”, que yo veo más cercana a la carcajada incontrolable o delirante, con alargamiento de vocal en la primera secuencia de una estructura trimembre: “juuuu, ju, ju”.
La RAE recoge las cinco modalidades. Todas, excepto “ji”, son definidas como la interjección usada “para expresar la risa, la burla o la incredulidad”. Para “ji”, se reduce sólo a la risa, sin más. Cosas de la RAE. Y como la RAE permite el uso de esta clase de palabras y nosotros acabamos ahora de realizar una taxonomía muy científica de su uso, el escritor de turno se siente aliviado y legitimado para hacer acopio de ja-je-ji-jo-júes y colocar su hilarante exclamación cada vez que alguno de sus personajes tiene que reírse.
No hay nada que me produzca peor impresión en un novelista que la pereza expresiva. Si a un escritor no le importa despachar cuatro folios en veinte minutos es que tiene un problema, a no ser que sea un genio, claro. Un párrafo donde no se hayan sudado y sangrado cada una de las palabras escritas en él hasta alcanzar, la precisión y las connotaciones exactas, no debiera tomarse por trabajo literario. A lo sumo, por una buena redacción, que no es lo mismo. Y fíjense que hablo de un párrafo. Por eso, no es igual que en la intervención del personaje X el novelista escriba: “ja, ja, ja”, que escribir: “ X se reía como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera hecho el amor”; o “X se reía como una escarapela de carnaval”; o “X reía como la tierra cuando la rompe un terremoto, y él mismo parecía que iba a quebrase con la risa”; o “X reía como el mar que siente carbones en su vientre”; o “X se reía como el eco de un nombre amado en una tierna sonata de abril”; o “X reía como boca que volaba, como corazón que en sus labios relampagueaba, risa victoriosa de las flores y de las alondras”; o, simplemente, “X reía”.
¿Por qué reducir el idioma literario, que debiera ser artístico y sublime, al balbuceo gutural de las cavernas, a la burda onomatopeya del ruido cotidiano, al lenguaje simplificador del tebeo y del whatsapp?  Probablemente porque es más fácil, cuesta menos esfuerzo, es más rápido y, total, nadie se va a dar cuenta. Pero ¿quién dijo que escribir fuera sencillo? ¿Quién ha dicho que no requiera sacrificio y muchas horas de frustraciones? ¿Quién ordena, aparte de la premura de algunas editoriales y de la tonta ambición y vanidad del escritor, que una novela deba escribirse en cuatro días aunque sea en menoscabo de su calidad? ¿Y quién dice que no hay lectores exigentes que van a cribar una novela al primer “ja-ja-já” con que topen?

Pero si no están de acuerdo conmigo, hum, lo lamentaré mucho, snif, y dejaré de zzz a ustedes por hoy. Así es que, shhh, ya me callo, zas, levanto el chiringuito y hasta la próxima semana, pachín catapum chimpum. 

1 comentario:

Tisbe dijo...

Tienes razón, Píramo. Una buena novela no puede estar plagada de onomatopeyas, pues parece que éstas son más propias del tebeo.
Reivindiquemos el uso de nuestro rico y amplio vocabulario.
Por otra parte, tu artículo me ha parecido muy divertido.