lunes, 23 de febrero de 2015

280. El cura y el barbero



Aún duerme en su estancia nuestro famoso hidalgo, tras el calamitoso encuentro con los mercaderes toledanos, cuando el cura y el barbero acuden a la biblioteca de don Quijote para deshacerse de los libros que le han sorbido el seso al caballero. La biblioteca cuenta con más de cien libros, fondo muy notable para la época. El ama llega con el hisopo y el agua bendita para exorcizar el mal que encierran los volúmenes y a la sobrina le place sobremanera arrumbar con todos aquellos mamotretos ventana abajo. El cura, sin embargo, desea asegurarse antes de no cometer ninguna injusticia y, junto a maese Nicolás, se dispone a realizar el “donoso escrutinio”.
Son varios los estudiosos que nos ponen sobre aviso del riesgo que supone extraer conclusiones precipitadas acerca de los juicios literarios del cura y el barbero a la hora de quemar unas obras y salvar otras. Hay que ser precavidos, dicen, para no entender que tales criterios respondan totalmente a las ideas literarias de Cervantes o que el capítulo constituya, en sí mismo, una poética del inmortal escritor. Sin embargo, las valoraciones del cura podrían pasar perfectamente por la criba de cualquier crítico literario actual. Son fundamentalmente cuatro los aspectos negativos que el cura tiene en cuenta a la hora de defenestrar determinadas obras de la biblioteca de don Quijote.
El primero de ellos es el exceso retoricista y las razones intrincadas. También hoy existen escritores que, en su afán por parecer meritorios, ocultan tras el alambicamiento de su prosa, una verdadera impericia.
El segundo criterio es el de la “dureza y sequedad de estilo”. Es el polo opuesto del anterior. Hay escritores que caen en el prosaísmo o la sosería estilística sin entender que la literatura es un arte basado en el especial cuidado del lenguaje y en ese extrañamiento estético del que hablaba Shklovsky.
La tercera apreciación del cura y el barbero se basa en la verosimilitud. Un texto puede dar rienda suelta a la fantasía más desbordante y es por eso que realizamos el famoso pacto de ficción. Pero más allá de eso, se exige al escritor que el mundo que ha construido se sostenga sobre una coherencia y lógica internas que impidan contradicciones o fallas inexplicables.
Finalmente, se lanzan a la hoguera las malas traducciones. Cuántas obras actuales se echan a perder porque el traductor ha sido incapaz de apresar el espíritu del original.
Nuestra sección de “El cura y el barbero”, que toma su nombre del capítulo cervantino, cumple ya un lustro. Nació para la reseña crítica, aunque con el tiempo se haya convertido en una miscelánea literaria mucho más libre de las ataduras de la actualidad. Durante estos cinco años creo que en mi haber son más los libros salvados que los arrojados a la hoguera. Al fin y al cabo, la crítica literaria debiera ser siempre un acto de amor.
Agradezco a Antoni Coll la estima con que acogió mis textos y su propuesta de colaboración. También doy las gracias a la lealtad de los lectores durante todo este tiempo. Que el hisopo literario y el trasquilón crítico de este cura sin iglesia y de este barbero sin bacía, continúen aspergiendo su amor por la literatura y adecentando las barbas del lector peregrino. Que no nos tapien, como al bueno de don Quijote, nuestra biblioteca. Que esta locura nuestra bien merece su pequeño Toboso donde rendir pleitesía a la eterna dama de la Literatura.

domingo, 15 de febrero de 2015

279. Jugadores


 
Pau Miró ya estrenó Els jugadors en el Teatre Lliure de Barcelona en 2011. Entonces formaban el elenco de actores Boris Ruiz, Jordi Boixaderas, Jordi Bosch y Andreu Benito. Dos años más tarde se presentó en Nápoles, bajo la dirección de Enrico Ianniello, con la compañía Teatri Uniti, y entonces I giocatori se llevó el Premio Ubu (el más importante del teatro italiano) a la mejor obra extranjera. Ahora, Los jugadores siguen su eterna partida de naipes por toda España con un grupo actoral que no le va a la zaga: Jesús Castejón, Luis Bermejo, Ginés García Millán y Miguel Rellán.

La obra cuenta la vida de cuatro amigos que periódicamente se reúnen en casa de uno de ellos para jugar una partida de cartas. La costumbre se ha convertido ya en una rutina gris, realizada con esa inercia de los días que se suceden idénticos en el calendario. Los cuatro amigos son personajes sin horizontes, derrotados por la vida, invisibles para los demás, que han agotado ya el rédito de su existencia y que hallan en ese encuentro un solaz insustancial pero que constituye lo único seguro a lo que poder aferrarse. Es significativo que ninguno de ellos tenga nombre en la obra; se les llama por sus profesiones: el Actor, el Enterrador, el Profesor y el Barbero.

Al Actor hace ya tiempo que nadie le ofrece un papel importante. Se presenta todavía a algunas pruebas de selección pero indefectiblemente fracasa y siempre se le promete una nueva oportunidad que nunca llega. Su vida es tan anodina que practica la cleptomanía, no por una verdadera propensión morbosa al hurto sino por la necesidad de ponerse en riesgo y sazonar así, con la sal del peligro, su vida insípida. Incluso ya no disimula en sus robos para asegurarse de que lo cojan. Del mismo modo, el personaje confiesa que los momentos más intensos de su carrera como actor eran aquellos en los que se quedaba en blanco. De hecho, deseaba quedarse en blanco. Es el gozoso pellizco de la incertidumbre, de la transgresión que le haga sentir vivo.

El Enterrador está enamorado de Irina, una prostituta ucraniana en quien halla no sólo una satisfacción sexual sino una compañía lo más cercana a un hogar. Tras la cópula, Irina les cuenta un cuento a todos sus clientes para alargar el tiempo entre denigración y denigración. Es una Sherezade de sórdidas alcobas. Al enterrador le produce celos que Irina no se guarde sus cuentos sólo para él. Desearía huir con ella pero él no es ningún héroe ni su proxeneta el gran sultán de Las mil y una noches.

El Profesor le ha reventado la cabeza a un alumno que osó burlarse de él por enquistársele en la pizarra una operación matemática. Está suspendido de empleo y sueldo y tiene que pagarle a su abogada. En sueños, su padre muerto le orienta para encauzar su vida. Un vivo que cifra su existencia en un muerto.

El Barbero ha vendido una parte de su negocio y ahora es un empleado más al servicio de un niñato impertinente. Su mujer le engaña con otro pero el barbero acepta la situación con tal de que su mujer no lo abandone. Es el contrapunto del Actor, un conformista a quien le da pánico el cambio, aunque eso signifique mantener la falacia de su vida. Hasta que a todos se les ocurre una locura que dará un vuelco a su existencia.

A la obra, aunque sustentada por un planteamiento muy sugestivo, le falta, no obstante, grandeza en la derrota. Ni el humor negro es efectista, despojado como está de la sonrisa amarga, ni hay verdad en el desahucio interior de los personajes. Al final, todo se precipita sin transición hacia un final feliz resuelto en cinco minutos que es incapaz de encajar como anticlímax tras la hora y pico de grisura existencial. Queda la sensación de habérsele sacado poco partido a un guión prometedor y sólo la buena actuación de los actores equilibra esa desazón. Un buen póquer de ases sin escalera real.

lunes, 9 de febrero de 2015

278. Escribir para nadie



El acto de la escritura creativa es, ante todo, un ejercicio de soledad. En el encuentro íntimo entre el escritor y la palabra, se cifra el misterio de la creación literaria, sin más terceros que la inspiración, la dedicación abnegada, la voluntad y, sobre todo, la humildad respetuosa con que siempre se debiera cruzar el atrio de la Literatura y su panteón de ilustres maestros. Es el gigantesco ejemplo de éstos el que debiera calibrar la justa medida de nuestro verdadero mérito. El escritor no escribe, pues, para nadie. Diríase que se derrama sobre el papel o la pantalla de un ordenador con el único afán de explicarse a sí mismo o de ofrecer su tributo sacrificial al arte que ama. Sin más propósito. Es así como la obra literaria, nacida de esa comunión exclusiva entre el alma alfarera del autor y la arcilla rebelde de la palabra, levanta su hermoso tótem libresco con el simple objeto de honrar sin ostentación el templo de las letras. 
Sin embargo, la mercantilización de la literatura ha puesto en riesgo esta ofrenda desinteresada al arte. El escritor entonces ya no escribe pensando en el rapto mismo de la escritura, sino pensando en el editor, en el lector, en el crítico, en el escritor rival, en el oportunismo coyuntural del tema que aborda… De tal manera que el escritor escribe una obra que le resulta más ajena que suya propia, llena de renuncias y de dolorosas concesiones.
De todos modos, incluso en el caso del escritor ideal con el que iniciábamos estas líneas, ¿es posible escribir para nadie? Quizás el género más paradigmático de creación literaria destinada a nadie sea el diario personal. Se escriben diarios con esa necesidad perentoria de registrar la vida para morirnos un poco menos, aunque sea en sus páginas. En principio, no tiene otra finalidad. Pero, realmente, quien escribe diarios,  ¿no piensa nunca en un hipotético lector, aunque sea a la manera romántica del hallazgo casual del diario después de unos siglos? ¿Es creíble que alguien escriba sin imaginarse siquiera a un potencial lector modelo? Si no es así nunca, ¿cuánto hay de auténtico en la literatura? Y no me refiero a la autenticidad o verosimilitud de las historias que se narran en ella, sino a la autenticidad artística. ¿Cuánto hay de concesión a la galería y cuánto de verdad estética? ¿Está el autor en sus libros o está el impostor que ejerce de relaciones públicas? ¿Se quiere ser o se quiere agradar? El autor ¿se reconoce en sus libros? El escritor, ¿está en paz con su credo literario o está en paz con su cuenta de ahorros?
Claro que, a Lope de Vega que no le vinieran con las milongas místicas con las que he empezado este artículo, que de algo había que vivir. Pero entonces, ¿por qué Cervantes, acuciado por la pobreza, decidió escribir numancias y jerusalenes y argeles en lugar de cultivar el exitoso género traído por Lope? Lope no hay más que uno, eso sí. Pero Cervantes no le va a la zaga. ¿Quién de los dos fue más coherente consigo mismo?

Llegados a este punto, quizás haya que claudicar con la idea de que no es posible escribir para nadie. Ahora mismo estoy pensando si estas bagatelas mías del pensamiento le interesarán a alguien cuando salgan publicadas en el periódico. Y, sin embargo, sigo creyendo que el principal lector de un escritor es el escritor mismo. Al arte no le gustan los mercenarios de la palabra ni las flores de plástico. Y hay veces que escribir para nadie es escribir para el mundo entero. 

martes, 3 de febrero de 2015

277. La 'Noche oscura', de San Juan de la Cruz, y la fábula de Píramo y Tisbe (VI Aniversario del blog)




Probablemente haya en la historia de la literatura universal pocos versos tan hermosos como los que rematan la Noche oscura de San Juan de la Cruz.

Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Nuestro blog, que cumple hoy 6 años de vida, recogió para su título uno de esos versos. Más allá de la reformulación que nosotros quisimos otorgarle en su día (ese rapto de la lectura donde suspendemos nuestros sentidos para dejarnos llevar por la envolvente mística del libro), a nadie se le oculta que la elección responde también a la admiración reverencial que sentimos por el poeta de Fontiveros. Hay, además, en los primeros versos de ese poema, un guiño a la historia de Píramo y Tisbe que, como sabéis los que nos seguís, son los seudónimos con que firmamos los artículos:

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh, dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada

La aventura nocturna de Tisbe, que sale de casa clandestinamente, “sin ser notada” y “disfrazada”, la debió de escuchar San Juan de la Cruz en boca del Brocense al glosar éste las Metamorfosis de Ovidio. Y aunque no fuera así, la fábula estaba bien afianzada en el mundo de los estudiantes y San Juan lo era.
Es curiosa, además, la versión que Antonio de Villegas (1522-1551) hace de la fábula en su Inventario, cuando al hablar de la salida de Píramo de su casa, éste

ni sabe si es de noche, o si es de día
sola la luz de Tysbe le alumbraba
que por el cuerpo y alma se extendía

Versos, estos de Villegas, que recuerdan a otro pasaje de la Noche oscura:

ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía

¿Habría leído San Juan a Villegas?
Sea como fuere, y sin arrimarnos demasiado a ese maravilloso sortilegio que une el título de nuestro blog con los nombres de nuestros seudónimos (no vaya a ser que pequemos de sugestión), lo cierto es que los versos que concluyen la Noche oscura son de una belleza fuera de serie. Nosotros seguimos pidiéndole permiso a San Juan para que nos los ceda bajo la apariencia profana que hemos querido asignarle. Emprendemos este séptimo año igual que el primero: quedándonos en los libros, olvidándonos de nosotros mismos, reclinando el rostro sobre el libro amado, aceptando que todo cese a nuestro alrededor, dejando nuestro cuidado entre las páginas olvidado.

Gracias por vuestra fidelidad.