domingo, 12 de julio de 2015

293. Violante



Es muy famoso el “Soneto de repente” que Lope de Vega escribió a instancias de la enigmática Violante. La composición se halla en La niña de plata, comedia de 1617, por lo demás, muy poco atendida por la historiografía literaria, salvo por el feliz hallazgo del soneto. Los profesores de Literatura suelen utilizar el poema del inmortal dramaturgo para enseñar de forma ilustradora a sus alumnos la composición métrica de un soneto.
La petición de la tal Violante pone en un brete fingido a Lope, quien reconoce en el segundo verso “que en mi vida me he visto en tal aprieto”. Y, aunque Violante sea un personaje inventado por el “Fénix de los ingenios” para llevar a cabo su juego poético, el “aprieto” de Lope no es tan artificial como parece, y esconde, en realidad, una práctica habitual y poco grata a los poetas de los Siglos de Oro como es la literatura por encargo. Efectivamente, la dependencia de los mecenazgos obligaba a los escritores a la servidumbre del ósculo literario que dejase bien claro para la posteridad el patronazgo del aristócrata de turno y las prendas indiscutibles de su persona. La literatura por encargo se revelaba, pues, como un insoslayable compromiso social que redundaba en la financiación y estatus literario del escritor.
Pues bien, más de cuatrocientos años después, las Violantes que comprometían a Lope siguen pululando por el cortijo literario. Ya hablé en su día de los embarazados prologuistas, pero los tentáculos violantinos se extienden a todos los ámbitos de las letras. Particularmente preocupante es su influencia sobre la crítica literaria. Algunos columnistas no tienen libertad ni siquiera para elegir los libros que reseñan y, una vez impuestos los títulos por el consejo editorial, tampoco tienen libertad para opinar honestamente sobre ellos: deben dejar en buen lugar al autor. Muchos se juegan con ello su puesto de trabajo. Más deleznable aún es el compadreo entre escritores. Algunos ponderan las virtudes de una obra, aunque ésta les parezca un comistrajo indigerible, para recibir luego ellos mismos la correspondiente lisonja. Y así, todos se halagan los unos a los otros para mantener su puesto en la esfera literaria, aunque en su fuero interno despotriquen de la obra ajena que antes habían adulado. De esta manera, el lector que busca en la columna literaria de un periódico una orientación honrada, no sabe ya a qué atenerse.
En los más de cinco años que mantengo mi columna del Diari de Tarragona, sólo me he encontrado con cuatro casos de reseña por encargo. Solamente una de esas lecturas me satisfizo y fue fácil cumplir con la encomienda. En las otras tres tuve que ingeniármelas para realizar toda suerte de cambalaches retóricos que salvaguardasen la dignidad de los autores reseñados y que, al mismo tiempo, enviasen un mensaje de complicidad al lector avezado que sigue la columna y que confía en mi honestidad crítica. Los compromisos eran muy personales y no deseaba perder amigos o someterme a “La cólera de Violante”, que el argentino Baldomero Fernández Moreno recrease en 1939, como respuesta de Violante al soneto de Lope. Ésta, que había esperado del soneto de marras una delicada descripción de sus cualidades femeninas, se irrita al sentirse burlada. Pero el lector es siempre más importante que el amiguismo y creo que podré sufrir el desprecio de Violante.

Ahora bien, si alguna vez uno se atreviera a decir sin ambages lo que piensa de una obra en una reseña por encargo, prepárese para ser vetado por siempre jamás del medio que se la encargó. Quien lo probó lo sabe.

4 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Quien lo probó lo sabe. Que se lo digan, si no, a Ignacio Echevarría...
Ahora, también es verdad que a veces por un quítame allá esas pajas, se producen situaciones innecesariamente tensas. Recuerdo que cuando publiqué en el DIARIO DE TERUEL la reseña de la novela de Manuel Vicent centrada en la figura de Javier Aguirre, yo titulé mi reseña "A moro muerto, gran lanzada" porque, en mi opinión, recogía muy bien el proceder de Manuel Vicent en esa novela. Justamente esa semana se iban a celebrar en Teruel unas jornadas de cultura islámica, y el coordinador del suplemento cultural me preguntó si podía cambiar el título de la reseña para evitar malos entendidos. Yo accedí sin ningún problema porque no veo necesidad de llevar determinadas cosas al extremo. ¿Debemos entender por ello que fui objeto de censura? Pues, francamente, no. Otra cosa es, en cambio, que por intereses del periódico, el crítico se vea obligado a modificar su juicio sobre una obra: eso ya me parece que es harina de otro costal.

PEDRO GOMILA dijo...

Por desgracia, las prácticas que denuncias en tu artículo están muy extendidas. Hay autores intocables, editoriales corruptas y periodistas venales. También es cierto que todavía quedan prologuistas y críticos honestos, pero empiezan a ser minoritarios. ¿Y qué decir de los poetas, escritores en general, que entran en ese juego perverso del quid pro quo; de las barricadas literarias que juzgan desde los prejuicios, pero que no admiten crítica alguna... Por no mencionar el relativismo posmoderno, que no deja de ser otro absoluto interesado en igualar a Cervantes y a Pepito de los Palotes. Al final, ¿qué queda? ¿Resignación? ¿Amargura? ¿Indiferencia?

Tisbe dijo...

Es una pena que no podamos fiarnos, en general, de muchas de las reseñas que aparecen en los periódicos. Y más lamentable resulta que se prescinda de colaboradores por opinar libremente, sea quien sea el autor. Parece ser que el mundo literario es un círculo cargado de amiguismo, elogios gratuitos y favores. Píramo, sigue siendo auténtico y no caigas en las fauces de la falsedad. Tus lectores te lo agradeceremos.

Pilar Blanco dijo...

Alguna que yo me sé ya no lee suplementos ni crítica. Mejor equivocarse por falta de información que ser estafado con esas preferentes de la literatura que se "ven obligados" a endosarnos los críticos venales o complacientes. Y que conste que no me gustaría nada reseñar poesía en una publicación. No es que ahora tenga muchos amigos, pero en ese caso no tendría ninguno. O por no halagar lo suficiente -un poeta nunca tiene bastante - o porque los arrimadizos lo harían por interés.
Fernando, seguro que la colombicultura es más tranquilita.