domingo, 9 de agosto de 2015

297. A veces robo libros



Escribo estas líneas desde la sala de espera de mi fisioterapeuta. Mis posaderas descansan sobre la mullida superficie de un sofá desventrado; en las paredes, imágenes de columnas vertebrales, sacroilíacos y esternocleidomaistodeos recuerdan al visitante por qué está allí. Reparo en una esquina, donde una mesa baja alberga un montón de libros revueltos, como en un rastrillo. Escapo con esfuerzo de las fauces del sofá, que ya casi me había fagocitado, y me acerco a la mesa. Enseguida mis manos criban sin mucho afán los libros insustanciales que forman aquella selección arbitraria, llevada a cabo, sin duda, por algún desaprensivo. Sin embargo, de entre toda la quincalla bibliográfica surge, como surge de entre el limo la pepita de oro en la batea, un libro de Stefan Zweig: La impaciencia del corazón. Superada la sorpresa inicial llega, como otras veces, el sentimiento de héroe al rescate. Me da no sé qué ver a Zweig entre revistas de motor, prensa amarilla, libros de autoayuda, novelas románticas y demás terrorismo literario. Hasta hay un libro de Coelho. No hay fisioterapeuta en el mundo que pueda curar el esguince intelectual que produce leer a Coelho. Es obvio que tengo que salvar a Zweig. Pero siempre con la bandera de la ética por delante, así que inicio mi experimento. Como acaban de llegar más pacientes a la consulta, coloco a Zweig en un lugar visible y preponderante, encima del resto de libros. Pronto empiezan a levantarse otros curiosos hacia la mesa. Revuelven los libros pero todos ignoran a Zweig y eligen otras cosas. Tras unos minutos, Zweig está sepultado bajo los escombros de aquella inmundicia libresca. Creo que esto legitima mi acción. No es un robo. Es un acto de amor. Tengo una mochila y una misión en la vida. ¿Qué hacer?
Me ha pasado otras veces. Cuando era coordinador de la biblioteca de mi instituto, me encargaba de registrar los libros que habían de formar parte de los anaqueles, sólo que luego acababan formando parte de los míos. Hay en mi casa libros con el tejuelo y su signatura todavía en los lomos y el sello del centro, como delatores. Ahora que soy jefe de departamento, cuando llegan los libros de muestra de las editoriales, también realizo algún ejercicio de beneficencia literaria y les hago un hueco en mi casa. El poder corrompe pero a mí me ha despertado la vena caritativa. Mi casa es un centro de acogida. Porque, ¿de verdad alguien se cree que un alumno de la ESO se va a acercar a la biblioteca escolar y le va a pedir al bibliotecario El criticón de Baltasar Gracián? Es más, ¿de verdad alguien se cree que un alumno de la ESO se va acercar a la biblioteca? El pobre Gracián estaba condenado al sueño de los justos. El señor del autobús, apremiado porque llega su parada, ha olvidado su libro de Delibes en el asiento contiguo; podría decírselo. La señora del puesto de antigüedades que vende esa primera edición de un libro de Galdós a sólo 1 euro no sabe lo que está haciendo; podría ponerla sobre aviso. Pero qué bien lucen Gracián, Delibes y Galdós en mi biblioteca doméstica.

El fisioterapeuta me ha dado una buena paliza hoy. Al finalizar, y mientras me vestía, ha sostenido en el aire mi mochila, que yo había dejado a un lado de la camilla mientras durase la sesión. Luego, tras comprobar el volumen de su carga, me ha sugerido que no debiera soportar tanto peso en la espalda porque puedo empeorar. Yo asiento obediente. Pero es que, La impaciencia del corazón, el libro de Stefan Zweig, tiene más de 500 páginas.

7 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Ja, ja, ja... Sin duda, uno de los artículos más divertidos de cuantos has escrito hasta ahora (y mira que los ha habido graciosos). Gracias por hacernos pasar tan buenos ratos.

kweilan dijo...

Genial!!!

Luis Sánchez Verdeguer dijo...

Quien esté libre de pecado que escriba la primera línea.

Luisa Villa dijo...

¡ Me ha divertido mucho ! Además...¡ menuda biblioteca a la "chita callando" !....

Carlos Cea dijo...

No le llames robar. Llámalo cambiar de sitio.

Rosa Mari Sanahuja dijo...

S'han de salvar els llibres, peti qui peti.

Píramo dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios, en especial a Javier, por sus amables palabras.