domingo, 1 de mayo de 2016

321. 'Verdades y fingimientos'


Cubierta del libro: Pilar Gonzalvo
El último trabajo de Ramón García Mateos se presenta como un libro de relatos pero no lo es. O al menos no lo es en el sentido tradicional en que concebimos el género. Aunque la parte narrativa, como es natural, está presente, el libro es más bien una colección de estampas literarias, semblanzas de personajes más o menos desdibujados, homenajes, caprichos de la memoria, reflexiones, denuncias, evocaciones nostálgicas del pasado, guiños humorísticos… Es lo que el autor ha llamado “artefactos literarios”, marbete que también utilizó para su anterior libro de relatos, Baza de copas, con el que tanto comparte, y que, a su vez, tomó prestado de los artefactos poéticos de Nicanor Parra. El término no puede ser más acertado empezando por su propia etimología, “arte-facto”, hecho con arte, porque eso es el libro de García Mateos: un repertorio de piezas artísticas válidas en sí mismas donde no importa tanto la historia que se cuenta o las circunstancias que han llevado a los personajes a las situaciones que allí se describen, como la perla literaria engastada en las palabras. Palabras asidas al prodigio de la oralidad, del que el libro es un claro homenaje. Y así, en la espléndida estampa sobre Cervantes se alude a la Kasba de Argel, ese lugar donde aquellos “hombres ungidos con el don de la palabra”, cuentan sus maravillosas historias en los diferentes dialectos del árabe; o el contador de cuentos de una taberna en Valdegeña, alrededor de cuya figura se reúnen los parroquianos para escuchar sus historias (el contador de cuentos, así, sin nombre y apellidos porque los contadores de cuentos son de todos y no son de nadie, ni siquiera de ellos mismos); o el cariñoso recuerdo a Avelino Hernández, el gran promotor del filandón y de la cultura popular castellana. Una oralidad que obra el milagro de perpetuar mundos periclitados o en trance de desaparecer, a la que los personajes se aferran para dejar constancia de su paso por la vida: “Por si acaso, y para que no caiga en el olvido”, dice el preso de la guerra civil en las Comendadoras, antes de relatarnos su gesta en bicicleta por toda España.
El libro es también, desde el título, un juego entre lo verdadero, lo ensoñado y lo ficticio, que acaso sean la misma cosa, pues todo lo que ingresa en la literatura forma parte ya de la realidad. Por eso el inspector Méndez se entrevista con Francisco González de Ledesma, su autor, y Aquilino, personaje de Avelino Hernández, comparte su existencia con éste en Valdegeña, en dos inolvidables relatos con resabios unamunianos. El mismo falso patronímico que adopta Cervantes, Saavadera, es un símbolo de este juego.
Verdades y fingimientos es, además, una obra de los márgenes. Todo en ella está en el extrarradio de todo. Desfilan por sus páginas personajes marginales (inmigrantes, habitantes del arrabal, prostitutas, renegados, traficantes, presidiarios), desahuciados por la vida que alcanzan la redención en la palabra literaria del autor. Pero no sólo los personajes, también las edades de éstos se hallan en la frontera: los 60 de Cervantes, las edades maduras de Maigret o de Wallander o el propio inspector Méndez, que “no tiene edad, nunca la ha tenido, está en ese territorio de nadie que se ubica más allá de la madurez y en la cornisa de la desolación”. Del mismo modo, los espacios literarios son también fronterizos: el arrabal, la Argel del siglo XVI, el personaje Puñales que trafica en la frontera con Portugal, y el libro se llena de los topónimos imposibles de una geografía del limbo.
No falta la crítica social y política (la injusticia del inmigrante Mimón, el funcionario que medra y no recuerda ya de dónde viene, los políticos que se mezclan con la plebe en el bar para obtener algunos votos más y que le “joden el vermut” al narrador, la preocupación por el sistema educativo o esa radiografía del país que es “Espejo de príncipes”). Hay también una reivindicación del erotismo en su madurez y una atención al género policíaco. “La navaja” podría ser un espléndido inicio para una novela negra.

Los lectores de García Mateos reconocerán, además, todo su mundo en este último libro. No sólo por los elementos autobiográficos o por su ideario, sino también por el habitual ejercicio metaliterario del autor, en el que es fácil apreciar sus querencias. García Mateos ha creado un universo propio y reconocible que le permite convertir a Miguel, el del bar, en un personaje literario, ya desde Baza de copas, y emparentarlo, además, con el inspector Méndez, en una genealogía de heráldica literaria. Y entre tanto fingimiento, una certeza: la de su espléndida verdad literaria.





1 comentario:

Tisbe dijo...

Has hecho un análisis de la obra muy pormenorizado, a pesar de la tiranía de los caracteres. Enhorabuena.