domingo, 7 de agosto de 2016

331. Leer un poema (I). Una jarcha



Como se sabe, las jarchas son breves composiciones anónimas y orales cantadas en lengua mozárabe (mezcla de castellano primitivo y árabe) por la población hispánica que habitaba Al-Andalus durante el dominio musulmán. Dado su carácter oral, que hoy conservemos ejemplos de estas canciones obedece, como casi siempre, a esas coyunturas milagrosas que nos regala la historia de la Literatura cada cierto tiempo. Se cree que un poeta cordobés, nacido en Cabra entre los siglos IX y X, llamado Muqaddan Ibn Muafa, puso de moda entre los poetas cultos el cultivo de la moaxaja, composición limitada en su origen al contexto andalusí y escrita en árabe. Su carácter estrófico con versos de vuelta la separaba de las largas tiradas monorrimas de la qasida clásica. Los puristas, pues, abominarían del invento, pero a nosotros nos obsequiaron con el impagable prodigio de salvar del olvido a las jarchas mozárabes, pues la peculiaridad de la moaxaja es que toda ella está pensada para colocar en su remate la jarcha que le preexistía. De hecho, los versos de vuelta de la moaxaja riman con la propia jarcha. O dicho de otro modo, la moaxaja es la glosa de la jarcha. Así, se podría considerar a los moaxajistas, los primeros recopiladores de la literatura oral hispánica. Sin su concurso, no conoceríamos hoy la primera manifestación de nuestra lírica. Probablemente no pudieron sustraerse a la hermosura de aquellas canciones que entonaba el pueblo invadido y se vieron en la necesidad de fijarlas por escrito de algún modo. La calidad en el engaste de la moaxaja con la jarcha, demuestra en cada caso la pericia del moaxajista, que unas veces parece natural, en otras se ven demasiado claros los puntos de sutura y en otros casos apenas tienen que ver la una con la otra. Por supuesto, al fijar la jarcha, sólo se hizo con una de las tantas versiones que debieron de circular de cada una de ellas, pues su naturaleza oral hace previsible su vida en variantes. De hecho, hay moaxajas de autores distintos y de épocas distintas que contienen la misma jarcha con alguna pequeña diferencia. El descubrimiento de las jarchas por Stern en 1948 convirtió a nuestra lírica en la más antigua de Europa.
Aunque el tema habitual de las jarchas son las lamentaciones de una mujer ante la ausencia del amado, tomando como confidentes de su dolor a la madre o a las hermanas, también las hubo de carácter erótico, como ésta que nos ocupa. La muchacha que canta esta jarcha demuestra gran elasticidad, pues es capaz de colocar las argollas que adornan sus tobillos a la altura de las orejas. El poeta árabe que seleccionó esta jarcha para su moaxaja se mantuvo en un pudoroso anonimato, quizás por la procacidad de la misma pero se antoja un buen poeta, pues su moaxaja, llena de referencias báquicas y descripciones de jardines umbríos a la luz de la luna, casa muy bien con la voluptuosidad de la jarcha de la que parte. Ésta apenas contiene palabras en romance (muy reconocible el “non t’amarey” del inicio).
El visir Al-Mu’Allim pasea por el barrio mozárabe de Sevilla. Sus ricos atuendos llaman la atención de unas lavanderas que, entre risas, cuchichean pícaramente a su paso. Una de ellas entona entonces nuestra jarcha, que el visir escucha algo azorado. Aprieta luego Al-Mu’Allim el paso, dejando atrás un coro de carcajadas mezcladas con el rumor del agua. Pero el visir ha anotado en su cabeza la canción y sonríe al evocarla. Se la cederá a su rey Al-Mu’tadid, que gusta de escribir atrevidas moaxajas.  Y en el puesto de frutos secos, ¿qué canta aquélla?: “¡Ben, ya sahhara! / Alba / q’está kon bel fogore,/ kand bene pid amore” (“¡Ven, oh hechicero! / Un alba que tiene tan hermoso fulgor, /cuando viene pide amor”). Hermosa jarcha, piensa el visir. Y decide que ésa se la queda para él y su moaxaja.

Y aunque la vendedora de frutos secos estaba pensando en su amado, a nosotros la jarcha nos evoca otra alba con hermoso fulgor: la del bellísimo amanecer de nuestra lírica, sol que brota de la tierra misma, en el balbuceo mágico del idioma castellano.

2 comentarios:

Tisbe dijo...

Me encanta esta nueva iniciativa. Qué bonito milagro la conservación de las jarchas.

PEDRO GOMILA dijo...

Muy buen artículo, Fernando. Recuperar las raíces de nuestra literatura, gozar de la belleza en tiempos en los que ésta parece ser despreciada, reconocernos en estos primeros dones de nuestra lengua, es una labor loable y necesario.