lunes, 4 de diciembre de 2017

385. 'La higuera'



He decidido renunciar a ver La higuera de los bastardos, la adaptación cinematográfica de la novela cuasihomónima de Ramiro Pinilla (La higuera) que el escritor vasco publicara en 2006 con la editorial Tusquets. El motivo quizá estribe precisamente en eso, en la bastardía del título de la cinta, que parece estar ahí para prevenirnos de la casi segura degradación del libro en su migración a la gran pantalla. Y no es este el prejuicio de un amante de la literatura –siempre el libro antes que la película, diría el purista–, pues la semana pasada comprobamos en estas mismas páginas cómo la versión de Isabel Coixet de La librería, la novela de Penelope Fitzgerald, complementaba y hasta superaba el libro original. No se trata de eso, pues, sino del convencimiento de que, efectivamente, a la novela de Pinilla le ha salido un hijo bastardo, de esos con que los padres deben condescender casi por obligación. Entre las críticas que ha recibido la película se suele argumentar que la directora, Ana Murugarren, no ha sabido qué hacer con el personaje principal del libro, el misterioso ex falangista que se pasa toda la trama vigilando una higuera. No debe de ser fácil, ciertamente, un metraje circunscrito a un único espacio y en torno a un personaje cuyas tribulaciones mentales casan bien con la complicidad confidente de la literatura pero no tanto con el género cinematográfico y su servidumbre a lo visual. Pero entonces bastaba, quizás, con seguir la máxima de Manolete. Por otro lado, la elección de los actores y el mismo tráiler promocional auguran que la película tiende a convertir en surrealismo o, lo que es peor, en histrionismo, lo que en la novela de Pinilla era sutil e inteligente ironía. Al menos la película servirá para recuperar para los lectores el magnífico libro del autor bilbaíno.
Como se sabe, La higuera narra la historia de Rogelio Cerón, uno de los falangistas que, con su cuadrilla, andaba fusilando de casa en casa a las víctimas de las delaciones vecinales en Getxo. En una de esas visitas, Rogelio se topa con la mirada perturbadora de un niño, hijo y hermano de los detenidos que van a fusilar y desde ese momento ya no podrá dejar de librarse de ella, convencido de que esa mirada esconde una promesa de venganza que el niño llevará a cabo cuando éste se convierta en un adulto. Su obsesión es aún mayor cuando, al día siguiente, comprueba que el niño ha enterrado a sus familiares y que, sobre su tumba, ha plantado el esqueje de una higuera. Desde ese momento, el niño y Rogelio se encontrarán cada noche en ese mismo lugar, en unas citas silenciosas llenas de significado y en las que se produce el acuerdo tácito de que Rogelio cuidará del crecimiento de la higuera. Así, el exfalangista se instalará definitivamente allí, ante la incomprensión de sus compañeros, que lo tomarán por loco, y vivirá pendiente de la higuera y del niño durante años hasta que en 1966 la construcción de un instituto de enseñanza media amenace su empresa y desentierre su secreto.

Sin alardes retóricos ni grandes frases sentenciosas ni apelaciones moralistas, ni patetismos, Pinilla convierte a esa higuera de su novela en el alegato más hermoso de eso que hoy llamamos memoria histórica. La higuera simboliza el remordimiento, la culpa, el retorno doloroso del pasado que lacera a quienes se creyeron por encima del bien y del mal durante la guerra civil. Pero es también el recuerdo de los asesinados y desaparecidos. El árbol, ya robusto, que ha cuidado Rogelio, es el panteón de todas las cunetas de España, su tronco aguerrido representa la fortaleza de ese recuerdo y el peso de los higos que doblega sus ramas, la carga que debemos soportar como nación. 

1 comentario:

Tisbe dijo...

Esta novela te pellizca el corazón y el simbolismo que el autor le da a la higuera me parece muy acertado. Enhorabuena por tu artículo.